martes, 30 de enero de 2024

Capítulo 191: El pagafantas

Corría el año más-o-menocientos y yo cursaba un master de dirección y comercio de no sé qué mierda. Nunca me habían gustado los números pero lo que sí me gustaban eran las chicas y especialmente una, pongamos que se llamaba Selvia. 

Selvia era de esa clase de mujer que tenía un encanto muy personal. Su imagen era seria pero a su vez disfrutaba con la juerga y se apuntaba a cualquier bombardeo. Tenía esa aura de femme fatale, ese don de hablar poco y valer más por lo que callaba que por lo que decía. Era sofisticada y muy independiente, no era una cría como el resto. A pesar de no ser lo que se dice guapa a mí me tenía loco.

Casi hice el master porque los tres años de carrera se habían acabado y no quería perder el contacto con ella. Sí, lo sé, tiene delito. Se cursaba en el centro de Barcelona y nos apuntamos ella, yo, y otra chica que había hecho Empresariales con nosotros. Las clases se daban por la tarde noche y nunca salíamos antes de las 10. Por el carácter del curso, casi todos los alumnos eran o trabajadores con ganas de prosperar en el trabajo o extranjeros y gente de fuera que venían a formarse a España. Bolivianos, chilenos, argentinos, colombianos, mexicanos, un chico de Sevilla y demás personas de la tierra. 

A ciertas edades, tras largos días de trabajo y luego estudio, la gente solo piensa en romper con la monotonía y pasárselo bien, y nuestra clase era un claro ejemplo de ello. Los sudamericanos siempre estaban deseando montar fiestas y al sevillano meterse en casa antes de las 10:30 de la noche le parecía un sacrilegio. Hicimos buenas migas, quedábamos muchos días para ir a tomar algo o salir de marcha por la ciudad. 

Casi acabando el curso decidieron montar una doble fiesta. Iríamos a cenar a casa de los mexicanos, para probar lo que ellos decían que era el verdadero guacamole casero y un tequila que quitaba las penas y lo que tuvieras más por dentro. Tras eso había una fiesta en casa de otros sudamericanos que compartían piso en el centro de Barcelona. 

Fuimos en el coche de Selvia los más conocidos. Como el piso era tan céntrico aparcar fue imposible así que dejó su vehículo en un parquing a unas dos o tres manzanas de lugar del evento. Yo jamás había estado en una fiesta así, lo más americano que me ha pasado nunca en la vida. Un piso enorme, en todas la habitaciones gente hablando y bebiendo, sin apenas luz, todo muy tenue, con música de fondo que no había oído en la vida. Yo apenas conocía a los cuatro o cinco del master, y enseguida los perdí de vista. No fue precisamente la fiesta más divertida de mi vida. Selvia se encontraba en su salsa, siempre le había apasionado el mundo latino, bailar todo tipo de ritmos caribeños, estar en todos los "sembraos". 

Nunca faltaron copas en mano. Yo apenas bebía así que tampoco fue para mí nada especial que el alcohol corriera a sus anchas. Al poco tiempo me aburrí, grupos muy cerrados, apenas hablaba con uno de mis compañeros y perdí de vista a mis dos amigas. Cuando me iba a marchar, porque aquello ya no iba conmigo, busqué a Selvia para despedirme. El chileno, uno de los copropietarios del piso me dijo que la había llevado a una de las habitaciones porque había bebido mucho y estaba fatal. Fui a verla y apenas pudo decirme: 

-"Al, estoy muy mal, tendrías que hacerme un favor. Saca mi coche del parquing y déjalo por aquí cerca para cuando nos vayamos, porque si no me va a costar un dineral."

Y así hice. Me recorrí las tres manzanas, busqué el puto coche, pagué el parquing, y salí con la esperanza de encontrar un sitio para aparcar mientras se recuperaba. Me recorrí media ciudad antes de poder dejarlo en una puñetera plaza de aparcamiento dos veces más lejos de donde había estado inicialmente. Obviamente eran las tantas y yo estaba reventado, pero cuando volví a la fiesta aunque quedaba gente bailando y tomando algo. Nuestra otra amiga ya se había ido.

Fui a la habitación para decirle que ya lo había sacado, que si se encontraba mejor. Me dijo que no, que estaba fatal y que se iba a quedar a dormir hasta que se le pasara. El chileno guardó las llaves y le expliqué a él donde había dejado el coche. Me dijo que no me preocupara, que se lo diría y que ya se encargaba él. Y me marché. 

Al día siguiente me llamó Selvia para que le dijera exactamente dónde había dejado el coche y creo que recordar que me dio las gracias, pero no estoy seguro. 

Años después me contaron que aquella noche, ella había simulado haber bebido mucho, estuvo en aquella habitación hasta que la gente se fue y se acostó con el chileno, porque al parecer le gustaba desde el principio del master. Ha pasado mucho tiempo y no recuerdo quién me lo contó, creo que fue la otra amiga, que era íntima de ella y hacían trabajos en grupo juntos. La cuestión es que fui un pagafantas que le permitió que el polvo fuera más relajado y barato. Lo peor de todo es que sabía lo que yo sentía por ella, pero creo que le encantaba tener cerca a alguien así.

Echar la vista atrás y ver que no he aprendido me da más rabia que todo lo que pudiera pasar en sí. Nunca he sido capaz de desvincular mi bondad y candidez de cuando me cuelo por alguien, y al parecer, mis elecciones han sido siempre de dudosa calidad. Uno nace y muere siendo igual, y ni la edad ni la perspectiva consiguen apaciguar el carácter de cada persona. Dar demasiado es casi tan malo como dar muy poco, dejarse alimentar con migajas es un error. 

No voy a poder confiar nunca más en nadie, al final a uno le obligan a formar parte de esta maldita cadena. 

 

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