martes, 21 de agosto de 2012

Capítulo 114: Las siete plagas de Egipto

Nunca he sido una de esas personas creyentes que dejan en manos de Dios sus vidas cuando las cosas van mal o necesitan intervención divina urgentemente. Ni siquiera me considero agnóstico, la idea de un ser superior que nos controla y vigila desde los cielos me da bastante cosica, de ahí que hasta los 20 me cambiara en los gimnasios con la toalla anudada a la cintura (cabe decir que he llegado a pensar que, para un Ser Superior, la Tierra debe ser como tener internet de banda ancha donde poder ver porno en directo a todas horas. Con razón no se suele inmiscuir en nuestras vidas, debe estar super ocupado haciéndose sus cosas celestiales. Ama a tu prójimo como a ti mismo, ya ya, ahora lo pillo).

Así que solo me quedó abrazar el ateísmo, la solución más rápida y racional, a pesar de que cuando pego un fogueteo que otro, suelo mirar arriba y pienso "¿te gusta así, granujilla?" y me hecho la manta por encima para dejar a "to dios" a dos velas.

Y es posible que esta aprensión a creer en  lo sobre natural sea uno de los motivos por los cuales este fin de semana ha sido una calamitosa odisea de castigos bíblicos y un sin fin de males a la vieja usanza. He sufrido las siete plagas de Egipto en apenas dos días y todo por no liberar a mi mente y perder la fe en religiones donde los creyentes esperan sin fruto que sus plegarias sean escuchadas y sus Dioses mueren de formas artísticas y creativas.

Este fue mi peregrinaje por las cunetas del Señor:

I - Las Trompetas de Jericó

En el metro, camino a la Tierra Prometida, empecé a leer tranquilamente sentado en mi asiento. Justo en la primera parada de la ruta, entró un ser peculiar con un carrito de la compra. No le hice mucho caso y seguí en mi fortaleza particular de lectura y concentración. Y de repente, saca un micro de la nada y una amenaza sacude todo el vagón: "Buenas tardes señoras y señores, les voy a deleitar con un poco de mi arte" y se arranca el tío con una canción al estilo Nino Bravo latino espeluznante. Cerré el libro resignado porque leer ciencia ficción con una base en plan "dejaré mis tierras por tiiiii" resulta surrealista en extremo. Aguanté estoicamente sus berridos hasta que decidió dejar de torturar a nuestro vagón y despedirse con una enigmática frase: "-Muchas gracias por escucharme". "-No, gracias a ti por haberme obligado, campeón".

Las murallas de mi paciencia quedaron hechas añicos, por no hablar mis oídos. Pero tanto sufrimiento me llevó a una reflexión. Un día de estos, entraré en el metro, me dirigiré al mundo latino con música sin cascos y les diré: "Buenas tardes siniores y sinioras, les voy a deleitar con un poco de cultura" y empezaré "El Mundodisco giraba sobre el resplandeciente telón de fondo del espacio, dando vueltas muy despacito sobre lomos de los cuatro elefantes gigantes que...". Sí a mí me meten karaoke por la fuerza, yo leo en voz alta, con dos cojones.

II - Las Cartas del Destino

Una vez con toda la familia, tarde o temprano, siempre llega el gran momento. En nuestra corte faraónica se anuncia, así de solemne, el acontecimiento: "Coger las cartas que os voy a sacar todo el dinero". Con una amenaza por delante, marcando territorio. Desgraciadamente suele ser verdad. Nos reunimos en torno al tapete y con una apuesta de euro por partida, se dan las cartas. Repartir equivale a tener que jugar obligatoriamente tengas lo que tengas, con lo que la suerte depende de como te las des tú a ti mismo. Tan grande es el acojone y el temor a una mala mano, que el cortar es sagrado. No hacerlo y perder la partida se ve como una maldición profética.

No sé si gané o perdí, yo solo recuerdo que no dejaba de meter monedas en el centro de la mesa y ver a mi madre recogerlas y sonreirnos a todos. Sigo pensando que no sé en que momento dejó de ser divertido jugar con garbanzos, como se ha hecho toda la vida.

III - Fuego Canicular

Hace siglos que no voy a la playa, así que la playa decidió venir a mí, pero de incógnito. Soy blanco de piel, pecoso y con cero afición por ponerme moreno a costa de sufrimiento innecesario, pero ayer domingo el sol supo encontrarme. Descargó toda su ira sobre mi pellejo, mientras creía estar a salvo. Me engañó con alguna nube y con el darme de refilón como quien no quiere la cosa. Me achicharró en apenas una hora. Pero lo hizo como Jackson Pollock, expresionismo abstracto usando mi cuerpo como lienzo. Me arden los hombros como si fuera una vitrocerámica a pleno rendimiento, los brazos son como dos bengalas de niños, con zonas rojas y blancas resplandecientes, y mis piernas tienen zonas abrasadas donde Torquemada disfrutaría como un enano torturándome pasando el dedo. Fuego sobre mí, en plena ola de calor...

IV - Las Voces

Una voz de fondo todo el fin de semana. Una voz que no calla, no cesa. Una voz que entra y sale a su antojo, acallando otras voces. Un brum-brum constante, que está allí y aquí contando chascarrillos, frases de repertorio y ocurrencias. Hasta que no consigue una atención total del público, mete cuña hasta la saciedad. Esas voces que harían saltar desde el pico de una pirámide al mismísimo Santo Job o darle unas ganas de reír absurdas. Y que nunca haya visto afónico a mi padre, qué cosas.

V - Inundaciones

Y sin más, el mar se abrió y empezó a llevarse infieles por delante. No es que yo sea infiel, pero debo tener pinta de ser amigo de alguno, porque subieron las mareas y de repente, agua a tutti plen. En pleno agosto. Y es que alguien liberó a Wally por el water, y al tirar de la cadena, avalancha. El depósito decidió que no daba más de sí y cada vez que se abría un grifo, como Concha Velasco, sufría perdidas. Nos dimos cuenta demasiado tarde. Para un día que fregamos la cocina en equipo mi sister y yo, y provocamos simulacro de fin del Mundo Maya acuático. La casa hace bajada y mi habitación se convirtió en un lago improvisado. Entré con chanclas y por poco me quedo allí, puesto que tenía un alargo conectado a un enchufe y le faltaba medio milímetro de agua para hacer contacto con la parte que había en el suelo. Realmente he vuelto a nacer.

VI - Las Hormigas y los Mosquitos

De estar achicando agua como en el Titanic pasé a estar achicando pequeñas cabronas con antenas. Una marabunta de mini hormigas habían invadido la despensa. Las muy perras se estaban llevando 200 gramos de magdalenas artesanas, cacho a cacho. Mis magdalenas favoritas, aquellas que no desayuné para poder merendarme con ganas y hueco en el estómago. No suelo ser muy titismiquis con los insectos, pero las desvergonzadas empezaron a subir por mis piernas, viéndome tan tostadito y crujiente, y en minutos me picaba todo. Al final todas desaparecieron tal como habían llegado, pero ir a dormir la siesta con picores en la espalda, sin saber si es por culpa de sol o las hormigas, es una experiencia que no se vende ni en un viaje al África profunda.

La cuestión es que, al levantarme, ya sin picores de hormigas, me picaron los mosquitos. Pero no los mosquitos de toda la vida, sino los importados, los tigre, con extra de veneno de serie. Ni irradiando calor como si fuera la central de Fukushima, los mosquitos se cortaron de pegarse unos tintos de verano a mi salud, o a costa de ella. A esas horas de la tarde estaba hecho un cromo. Os aseguro que no hay cosa más adherente que un tipo con crema aftersun, Autan contra los mosquitos, crema para relajar las picaduras y sudando como un pollo.

VII - La Peste

Como suele pasar en estos casos, si la cosa puede ir a peor, empeora. Al final de la tarde mi padre decidió solucionar el problema del emboce del depósito con un albañil amigo suyo, mientras mi madre le hacía palomitas de microondas sabor mantequilla a la mujer e hijos pequeños del mismo. Conclusión, por un lado se quemaron las palomitas y no se podía respirar dentro de casa debido a la peste a maiz chamuscado, mientras que fuera, al desembozar el pozo con agua a presión, empezó a volar (literalmente) mierda y papel y parecía como si hubiera estallado una letrina de hippies en Woodstock. Yo, que echaba una mano a ambas partes, no sabía si entrar o salir, ni en que punto tenía que coger aire para aguantar la respiración.

Así que si alguien os dice, ir al campo, huir de la ciudad para respirar aire puro, os tiráis un pedo en su cara de mi parte.

Y así fue como me volví un poco más religioso para que las plagas de este mundo no volvieran a azotarme de forma indiscriminada. Señor, e aquí una prueba de mi nueva fe: ¡Me cago en Dios y en los espontáneos del metro, me cago en Dios y en el copón de oros cuando va a espadas, me cago en Dios y en las vueltas que doy en la cama como si durmiera sobre chinchetas por culpa de mi moreno infiernal, por Dios papá, cállate un rato, me cago en Dios y en que sea él el único que pueda caminar sobre las aguas, me cago en Dios y en los bichos que se toman mi sangre y mi pan como si fuera una misa insectoide y me cago en Dios y su sentido del humor con los olores!

Acabo de atorar de nuevo mi retrete de la religión, ojalá un día Dios me perdone.


Frase del día: "Mira, un martín pescador, su pelaje es impermeable" (Frank de la Jungla)
-Más que de la jungla debería ser Paco el del Pueblo, ¿un pájaro pelaje? Plumaje, lechón. Ya te lo digo yo, llevar crocs por la selva no es la tontería más grande que se le ha ocurrido.

sábado, 11 de agosto de 2012

Capítulo 113: Citius altius fortius

Cada cuatro años, sobre estas fechas, hay un evento mundial que me hace ver el verano de una forma distinta. Me hace recordar que, este chavalote con extra de energía en vena, tuvo un momento de su vida en que quiso formar parte de ese grupo de personas que durante 16 días se dedican a competir entre ellas de forma honorable y sana.

Nunca encontré mi sitio ni mi lugar. A pesar de ser rápido y estar delgado, era de los típicos chicos que acaban siendo elegidos de los últimos cuando jugábamos a futbol en el patio. Casi siempre acababa como portero rogando a los bestiajos de la clase que no pegaran punterazos y suplicando insistentemente que recordan que los cañardos no valían. Obviamente me hacían entre poco caso y menos. De todas formas me gustaba mucho jugar a futbol, y cuando me dejaban, casi siempre prefería ser defensa. Gracias esto descubrí en mí dos capacidades de lo más curiosas. La primera era que cuando más perdedor fuera mi equipo más motivado me sentía, con lo que me crecía y corría como pollo sin cabeza multiplicándome por dos y estando en todos lados. La otra era que, debido a mi poca capacidad de coordinación con una pelota en los pies, desarrollé unos reflejos de oro, con lo que cuando el balón llegaba a mis dominios, tardaba milésimas de segundo en ponerla en órbita lo más lejos de mí posible.

Probé también practicar balonmano. Mismas ganas pero mucho mejor al tener que usar las manos. El único problema era mi poca presencia. Un tirillas poco tenía que hacer contra chavales que me doblaban en contorno y fuerza. Intentar pararlos era como defender la portería construyendo una muralla de papel de fumar, vamos, toda una invitación a que pasaran por encima mío sin miramientos.

Como que era alto, alguien pensó que el baloncesto sería la solución. Y volví a tener los mismos problemas con un añadido: poca corpulencia, poca capacidad de botar la pelota sin que fuera un regalo para el que me tuviera cerca, fuerza casi negativa para tirar a canasta (tocar aro venía siendo como una especie de milagro porque tenía claro que no me iba a acercar a nadie que pudiera arrancarme la cabeza de un manotazo) y encima capacidad para saltar era casi nula, con lo que los rebotes los veía pasar casi tan bien como las collejas.

Así que me planteé hacer deporte en actividades que no requirieran formar parte de un grupo. Probé jugar a ping pong pero el local donde se practicaba era una especie de guarida sospechosa donde, el líder, era un señor bastante mayor, con gorro de lana, guantes (fuera la época del año que fuera) y un chándal especial de campeonato combinado con ropa de calle, con lo que infundía cierto respeto. Hablaba poco pero si te enfrentabas a él no tenía piedad. Era la viva imagen del abusón ya crecidito con halo lúgubre que inspiraba poca confianza, por decirlo de una forma sutil. Así que me limité a jugar de vez en cuando en casa contra la pared de mi habitación para disgusto de mis padres y vecinos. Al poco me jubilaron la pala y la pelotita de marras y el ping pong pasó a mejor vida, como casualmente el resto del edifício, entre aplausos y vitores a los artífices de mi renuncia no voluntaria.

El único deporte que se me daba realmente bien era la natación. Con un cuerpo raspanchoa y cabezón con piernas largas, resbalaba sobre el agua literalmente. Poco a poco fui perfeccionando la técnica, o por lo menos aprendí a avanzar significativamente más rápido sin tragar demasiado agua. Acabé nadando braza a más velocidad que mucha gente nadando crol. Además me gustaba aquello. Aborrecí el olor a cloro y lejía de los vestuarios, pero era un mal mejor. Con el tiempo, los monitores recomendaron a mis padres que entrara al club de nadadores del pueblo, y que participara en competiciones. En cuanto se enteraron que eso suponía que los fines de semana iban a tener que llevarme de pueblo en pueblo y dejarían de poder ir a la torre sabádos y domingos, mi futuro en la piscina acabó haciendo aguas y naufragó. La frustración de aquel entonces la arrastro a día de hoy. Por fin valía en algo pero era demasiado sacrificio para ellos.

Con el paso de los años fui olvidando de dedicarme a practicar un deporte a nivel profesional, e hice algo que era barato y no requería instalaciones especiales. Pedalear. Mis amigos iban en moto, yo pedaleaba. Mis amigos se tomaban el cafecito de las 4 de la tarde previo sesión porrera vespertina, yo pedaleba a pleno solano. Ellos se iban al pueblo costero de moda, a ligar por el paseo, yo tiraba de bici por mi zona, dando vueltas de forma compulsiva al igual que un hamster corre en su rueda particular. Resultado, una buena colección de cicatrices, nalgas y piernas de acero, y un hartón de perseguir a flipaos en vespinos trucados por el arcén de carreteras y caminos de cabras.

Lo único que descubrí con tanto pedaleo es que, a pesar de no poseer una fuerza explosiva, sí  tenía una resistencia considerable y un desprecio por mi vida preocupante. Empecé a tirarme por trialeras y montañas a tumba abierta. Lo único que conseguí fue acojonar a mis amigos cada vez que salíamos juntos y empezaron a replantearse la rutina deportiva. Así que decidieron a cambiar el riesgo de comernos la naturaleza a bocados por el de recibir un pelotazos en las partes nobles jugando a tenis o squash. Gracias a estos dos deportes descubrí dos cualidades más en mi larga lista de torpezas: tengo poca inteligencia táctica aunque sí mucha mala leche con las dejadas, y que la mayor baza contra mis amigos era agotarlos en partidos eternos.

De todas formas, como pasa en estos casos, hay una cosa que mata al deporte. Las novias. Ya sea tanto la tuya como sobre todo, las ajenas. Y llegaron. Siendo sincero, más que matarlo, todo el mundo empezo a preferir practicarlo a nivel indoor (mitorio). En esa modalidad no se ganan medallas, pero sí títulos, tanto para bien como para mal. Si eres plusmarquista puedes seguir jugando a dobles con la élite, si no consigues grandes marcas, te degradan a la modalidad individual y ahí olvídate de la gloria compartida. Pero bueno, esto ya es harina de otro costal.

Y es así acabó mi busqueda de un hueco en el mundo del deporte, si no contamos mi perreo ocasional en gimnasio cani al que estoy tristemente apuntado.

Por eso, estos días, siento una envidia sana de todos estos atletas que pelean entre ellos por el sueño de ser los mejores. Me gusta empaparme de ese ambiente que, a pesar de no cambiar la idiosincrasia de este mundo, si consigue que uno crea un poco más en la humanidad, en la competencia leal entre personas de toda raza y credo, y en una honorable lucha de condiciones y capacidades que te hace admirar y respetar al rival  por su valía. Todos forman parte de una gran familia y están imbuidos e inspirados por ese espíritu olímpico, lo que hace única a esta competición.

Quizás debido a mi respeto y admiración por todos ellos, estos días me desconecto del mundo e intento ver toda clase de competición deportiva. Siento mayor vinculación con todas aquellas que nunca pude hacer o practicar, sobretodo por los deportes minoritarios y que rara vez echan por la tele.

Es por ello que dedico este post a todos aquellos atletas que la gente jamás reconocerá  por la calle. A todos esos que se han dedicado a lo que les ha gustado sin tener en cuenta la dureza o la poca atención que puedan recibir por parte de los medios de comunicación por no ser deportes mediáticos. También va dedicado para aquellos y aquellas atletas que han demostrado humildad en todo lo que han hecho, que no han necesitado llamar la atención, que no han chuleado o vacilado cuando una cámara se ha parado frente a ellos ( a esto le llaman "tener carisma", qué irónico) ni se han creído superiores por tan solo correr más rápido que nadie. Y como no, va dedicado a aquellos que han conseguido llegar lejos consiguiendo conciliar una vida personal llena de visicitudes, sin poder disfrutar de una dedicación exclusiva por no tener las facilidades económicas o las ayudas que reciben atletas de otros países con más conciencia deportiva. Fátima Gálvez, estoy contigo.

Por todo ello, felicidades a todos, sois el reflejo del éxito, independientemente de lo lejos que hayáis llegado. Citius altius fortius. ¿Nadie necesita un portero, no?.


Frase del dia: "Hoy me apetece plato de pasta a la brisa marina aliñada con una coplilla a capela, pixilla". (Long Al Silver)
-Profesora de inglés at summer time, not forgotten, not surrender. ¿Tienes hueco en las clases? Necesito aprender la lección. ¡Ánimo Norah, esto se acaba!