sábado, 10 de febrero de 2024

Capítulo 201: Love and hate

Música, música y más música. De repente todo es música. Todas aquellas letras que antes no escuchaba ahora tienen sentido y sus mensajes aporrean salvajemente los muros que protegen a mi cabeza del derrumbamiento físico y moral.

Se puede vivir aislado de un concepto, de un suceso, de unas circunstancias tal y como nuestro cerebro es capaz de excluir de nuestra visión la nariz o la sensación de gravedad y presión sobre nuestro cuerpo, pero una vez ese trampantojo se esfuma o difumina, aquello que se obvió con absoluta facilidad no deja de aparecer una y otra vez como si te persiguiera e hiciera de su existencia un reto personal. 

Sigo sin poder dormir la siesta, al final me ha arrastrado a su mundo. Algo que antes disfrutaba ahora es un camino más para sufrir de una ensoñación que traslada al mundo real uno que ya no lo es. Ahora es un solo pienso en que estrella estará, como decía Nena Daconte, también es un me pasaré la vida sin dormir.

Cocinaba en casa y del silencio salió C-Tangana. No recuerdo si era por un programa que escuchaba en el móvil u otra casualidad de la vida de esas de las que antes no era consciente. Era una de sus canciones más antiguas, una que debí cantar como mil veces  a dos voces y que solo se volvió profética cuando pasó el tiempo, como una maldición, como un veneno lento pero letal. Letras tan reales y exactas que te das cuenta que nuestra naturaleza humana es egoísta y recurrente. Ni el primero ni el último, podría haberla escrito yo. 

No logro entender a la gente que inspira versos así y entiendo demasiado a los que los escriben para intentar arrancar de sus entrañas un dolor que no se separa de la carne ni de la mente. No hay honor, no hay cultura del sacrificio, ya no queda lealtad. Si no hay empatía es que nunca hubo amor. Cuando más te necesitaba, cuando más falta hacía, cuando menos lo esperaba, cuando más te quería.

Hoy, gran día de Carnaval, también escuche una canción de la gran Celia Cruz, que me hizo reflexionar. Es difícil no llorar, aunque la vida sea un carnaval, y vivir cantando. No es fácil pensar que todo va a cambiar, que la vida no es cruel o que todo lo malo pasará, porque cantar es un acto de fe y solo canta quien tiene alma y un motivo. 

Estoy terminando de ver “Ángeles y demonios”, los mismos que luchan dentro de mí hace tanto, y todo sucede en Italia. Justo hoy, justo ahora. Mi mensaje de redención sigue en el limbo de los que ya no quieren ver, de los que no recuerdan, de los que no les importa. Nápoles está lejos, pero mucho menos de lo que estás tú.

Por eso me debato entre el amor y el odio, entre lo insensato y el sentido común. Quiero odiar con todo mi ser pero he amado demasiado antes, va a ser imposible invertir las tornas porque como decía Kpru, mi memoria y recuerdos emocionales van mucho más allá de lo común, fluctuando entre el don y maldición por solo recordar las cosas buenas de las personas,  más allá de la eternidad. 

Hay una mano negra que no me deja avanzar. Amore e odio, è la vera verità. Per sempre.


(Editado: Es la 1:47 de la madrugada del domingo. Terminaba de ver la trilogía de películas basadas en los libros de Dan Brown: El código Da Vinci, Ángeles y demonios e Inferno. En esta última, caprichos del destino, una conversación:


La vida es un chiste de mal gusto, un dedo en la llaga. Robert Langdon, un servidor, un estigma. Voy a volver a creer en las casualidades, en los imposibles, porque sean historias de verdad o no, la realidad es mucho más increíble. Las cosas buenas pasan en los portales, yo saldré del Inferno de Dante y no dejaré que Beatriz se case con otro. Sí pero no, no se ha acabado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario