sábado, 10 de febrero de 2024

Capítulo 200: Carnaval-Viernes: Impostor

Iba a escribir poco hoy porque no tenía ningunas ganas de disfrazarme ni hacer más el paripé con dobles sentidos, metáforas estériles y demás añoranzas pasivoagresivas de algo que no tiene marcha atrás.

Sigo con los sueños, con las referencias, viviendo en otro lugar que no es el mío, donde no me esperan y en el que no tengo sitio. No sé cuanto durará pero no me queda otra que apechugar y rezar porque sea lo más breve posible, porque indoloro está claro que no lo será.

Intento no pensar en viajes, en las pocas cosas que quedan y sobre las que tengo aún conocimiento y en qué pasará cuando ya no quede ni una excusa para mostrar que se está. No quiero pensar en fechas señaladas y en la tontería que no debo hacer, que no merece hacerse y que haré.

Abstrayéndome del mundo irreal en el que vivo, hoy iba a buscar algún tema trivial para no romper la tradición de escribir, pero viniendo para el hospital por otra emergencia inesperada, ha ocurrido algo que ha cambiado todos mis planes.

Hoy comencé a leerme “1984”, de George Orwell. Lo empecé en el gimnasio y, aprovechando el largo trayecto de metro, lo retomé ya bien avanzado. De repente se ha subido en una parada una persona de las que suelen pedir limosna habitualmente. Mirando de soslayo he visto que se trataba de una mujer de edad indeterminada, con una apariencia y estado físico muy deteriorado. Estaba extremadamente delgada y caminaba con dificultad, sus facciones rozaban lo cadavérico y creo que le faltaban la mayoría de los dientes. Es triste decirlo pero parecía una yonki demacrada por la droga, de las que venden su cuerpo por unos míseros euros para subvencionarse el próximo chute. Hablaba en un idioma que me ha costado identificar, aunque por el acento probablemente era rumano, intercalando palabras en castellano como “comida” y “monedas”. Dudo que incluso fuera inteligible para los suyos por el mal estado que presentaba. 

¿Lo peor? Iba persona por persona, parándose unos segundos para que le dieran las monedas que con tanta lástima suplicaba. Yo tenía en mi radio de visión a tres personas, a las dos sentadas enfrente de mí y a la de mi lado. Ninguno de los cuatro hemos levantado la mirada de los aparatos que estábamos atendiendo cuando ella se ha parado frente a nosotros. No nos hemos dignado a mirarle a la cara para decirle que no. No le hemos dado el derecho de sentirse persona, de tratarla como se merece alguien que existe y convive entre nosotros, gente privilegiada que no tiene que arrastrarse como un perro por un trozo de pan o implorar al menos un trato digno. 

Lo más irónico es que mientras ella me hablaba yo seguía leyendo el libro, justo la parte donde explica la deshumanización de los individuos bajo el Gran Hermano, donde todo el mundo se limita a hacer su función sin quejas, sin cruzar una mirada, sin importarle mucho más que su propia existencia. Un mundo donde el sufrimiento de otros es ajeno a la persona, donde el inadaptado sobra, se le vaporiza y desaparece de la historia para siempre. 

Me he sentido muy mal, muy cínico e hipócrita, y ante todo un impostor. Un impostor porque antes de que llegara a mí ya había decidido que no le miraría a la cara, esperando que pasara de largo. La he observado de lejos y solo la he vuelto a mirar cuando ya se iba. Lo he hecho apropósito y a sabiendas de que esto me había ocurrido en otras ocasiones y me había prometido que no volvería a pasar, que aunque no le diera dinero no le robaría su derecho a un trato humano. Soy un jodido impostor y además cobarde. Cobarde por no tener el valor de mirar a la cara a la desesperación, a la miseria, a alguien que me pedía una ayuda que iba más allá de darle unas simples monedas. No me he atrevido a mirarle a los ojos por miedo a no poder olvidarlos.

Me he preguntado el montón de malas decisiones que debió tomar esa mujer en su vida, la mala suerte, las malas compañías, el caprichoso destino que la arrancó de su tierra y la llevó a deambular sin rumbo entre individuos que ni siquiera en ese instante fueron conscientes de su existencia y la olvidaron incluso antes de verla desaparecer entre la gente.

He sido afortunado en mi vida porque yo si tuve la capacidad de elección, yo si tuve la oportunidad de poder ser lo que hubiera querido ser aunque no la aprovechara, yo me he labrado mi destino a pesar de tener todas las herramientas para poder llegar a ser mucho más. La única duda que tengo es si el camino alternativo que he decido tomar ha valido la pena y si he llegado a ser feliz.

Pues a veces creo que sí. No regrets.

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