Puede que hoy sea la última noche de nuestra vida, quién sabe.
Me imagino que desconocer un dato tan aterrador nos hace mantenernos cuerdos. No saber que estamos malgastando las últimas horas de algo que no se va a repetir, que tras ello solo quedará la nada más absoluta, como cuando te duermes profundamente y renaces al día siguiente como no hubiera pasado el tiempo, eso, eso es una liberación total.
Pero saber cuando todo se acaba, no lo quiero ni imaginar. Me gusta dormir, tal vez porque mi vida muchas veces es mejor cuando la sueño que cuando la vivo, por añoranza, por sueños no cumplidos, por lo que sea, pero saber que mi tiempo se consume... eso me desquiciaría. ¿Quién podría dormir? Nos volveríamos locos solo de pensar que no las vamos a aprovechar al máximo.
En cierta ocasión, cuando lo tenía todo, intentaba aferrarme a esos momentos. Pensaba para mí: "sé consciente de este momento, retenlo, alárgalo, saboréalo poco a poco". Lo intentaba, pero al final me dejaba llevar, pensando en que forzarlo de aquella manera lo estropeaba. Me sentía obligado a vivirlo a una intensidad que no era natural y eso lo corrompía todo. Y volvía a la inconsciencia, a disfrutar de todo aquello que era para mí, y vivirlo sin más, pensando que lo tendría para siempre. Lo peor de todo es que nunca me llegué a cansar de repetirlo. El día que lo perdí me di cuenta de que no te puedes aferrar a ello como si no hubiera mañana, porque es como intentar retener arena en un puño. Por mucha fuerza que apliques, los granos se van filtrando por los pequeños pliegues de tu mano y acabas por perderla toda, de forma inexorable, hasta acabar con ella vacía.
Una vez se lo dije: "Sé que estás conmigo mientras encuentras a la persona que buscas, y me temo que no falta mucho. Intentaré darte todos los besos que pueda ahora por si ese día llega pronto y ya no pueda dártelos más".
¿Y si hoy es la última noche de tu vida? ¿A quién buscarías? ¿Quién es la primera persona en la que has pensado para pasar los últimos momentos de tu existencia?, ¿o simplemente buscarías una paz en solitario, te perderías en una montaña y te sentarías a ver el último amanecer pensando en las cosas buenas que te pasaron? ¿Sentirías pena por ti mismo?
Yo busqué esa respuesta hoy en el lugar donde mi mente está más clara y centrada: la ducha. El agua me hace fluir las ideas como una cascada imparable, limpia toda distracción, purifica mis sentidos. Y sí, elegí a esa persona, y me vi, en mitad de la noche, llamando furtivamente a su puerta para decirle que tenía que volver a verla una vez más. Sabes que eres tú.
Me gustaría vivir y tener el valor de esa hipotética persona, la que no tiene nada que perder, la que puede decir todo lo que desea sin pensar en el después, en las consecuencias, en el dolor.
Pero, ¿y si hoy fuera tu última noche porque lo has elegido tú? Es extraño, pero no me la quito de la cabeza. No, no es extraño, es humano. Merche morirá mañana por la mañana.
Es la una de la madrugada cuando estoy escribiendo esto. Llevo pensando en ella varios días, hablando con mi hermana, que ha afrontado el día a día, y afrontará el terrible mañana; perderá a una incalculable amiga. Pienso en sus conversaciones, en cómo le habrá mirado a la cara, en si estará intentando grabar los momentos en su mente, en si hará de tripas corazón para mantener la entereza que Merche se merece, y si logrará, algún día, olvidar algo tan duro.
Merche ha decidido morir porque no podía más. Porque no tenía esperanzas, no tenía objetivos, no tenía un futuro más allá del dolor, la dependencia y el ir viendo como, poco o poco, dejaba de ser la persona que fue. Mi madre, Merche, dos personas que eran pura luz, sufriendo el final más terrible, de la forma más cruel, entre sufrimiento y desesperanza.
Hoy he intentado entenderla, y me pongo en su piel. Recuerdo a mi madre querer dormir todo el día, porque durmiendo olvidaba su injusta realidad. Cada despertar era como una puñalada, un bofetón cruel de realidad, que le recordaba que su enfermedad no era un sueño, era un hecho. Entiendo a Merche, ojalá nunca tengamos que estar en su lugar.
Puedo resultar un cínico o un hipócrita, porque llevo todo el día pensando en mi pequeño mundo imperfecto. Mi hermana dice que no compita con los problemas, que los míos no dejan de ser importantes solo porque los de otra persona lo sean más, pero es imposible. Fui a verla solo una vez, como quien cumple con la cuota, y no puede ocultar mis lágrimas al verla. Y ella se dio cuenta. Fueron unos segundos, pero como con mi madre, ya no era la misma persona, ni por fuera ni por dentro. Pienso en ella y escribo todo esto, como si fuera un jodido influencer que quiere demostrar empatía o casuar ternura al lector, pero no, no lo pretendo. Nadie lee este blog, escribo solo para mí (¿entonces por qué lo publicas y no te lo guardas en algún documento perdido en tu ordenador, puto mentiroso?).
Me siento culpable de pensar que, esta noche, me meteré en la cama, me iré a dormir, y mañana será otro día. No tengo que madrugar, no tengo planes, tengo todo el mundo para mí y solo una preocupación emocional. Pero ella, para cuando me levante, igual ya no está. No sé qué pasa por mi cabeza, no sé por qué me siento tan mal y culpable, llevo perdido tanto tiempo que ya no sé ni quién soy.
Merche, mañana serás libre, mañana no tendrás que preguntarte más por qué a ti. No tendrás que luchar por discernir lo que es real y lo que no, ocultar a los demás que todo va bien cuando, parte de tu mente, es lúcida y funcional, y eres consciente de la decisión que te has visto obligada a tomar. Espero que seas feliz sabiendo que todo el dolor se va a acabar, que la vida de mierda que has llevado se va a volver oscuridad y descanso, parte del pasado, y que todos los que han estado a tu lado te han querido tanto que nunca se hubieran cansado de estar junto a ti, tomaras la decisión que tomaras.
Creo que es el post más largo que he escrito en años, y no puedo parar de escribir porque, cuando lo haga, es como si eso significara que despido definitivamente de ti. Quiero pensar que, de alguna manera, al escribir y pensar en ti, tú puedes estar escuchándome, y bueno, no sé... que no me quiero ir.
Apenas nos conocimos, hablamos alguna vez, y siempre tenías una sonrisa en la cara, pero te agradezco profundamente que quisieras tanto a mi hermana. Espero que esta sea la mejor noche de tu vida, que hayas logrado lo que deseabas, que se acabe el dolor y tan solo quede paz. Muchas gracias por las lecciones de vida que me has enseñado, que son muchas y muy importantes. Igual, con tu marcha no deseada, todavía puedes provocar en mí algo que me ayude a reaccionar y se obre el milagro. Y aunque no sea así, gracias igualmente.
Sueña con una vida entera esta noche, con la que hubieras deseado, porque en sueños todo vale, todo se puede y también es vivir. Te llevaré en el recuerdo para que no desaparezcas nunca. Prometido.
¿Y si fuera esta noche la última noche de tu vida?
Va por ti, lo sabes. Tú eres la última noche de mi vida.
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