Hoy ha sido un buen día, un buen día de mierda, un día, una mierda, todo junto y a la vez por separado.
Me quise mantener activo y ocupado, y como cuando lanzas una moneda al aire muchas veces, cayó de todos lados. Bueno, malo y peor, y no precisamente en ese orden.
Muchas cosas salieron mal, sobre todo una, que va a poner en peligro mis estudios. Otras fueron bien, una honrada compañía, una visita al centro de mi desaparecido universo, comida frugal y deseada, gente que se acuerda de mí.
Pero otras salieron mal: 4 décimas que me alejan de mis planes, unas clases llenas de gente con la que no tengo nada en común, unas preguntas que sonaron a todo menos a sinceridad. Y lo peor (aunque en mi interior lo peor tiene nombre de veracidad desaparecida) es la decisión de Merche: el jueves va a elegir morir.
No se puede ser persona, humano, hombre justo y pecador al mismo tiempo, sin caer en la incongruencia y el cinismo constantemente. Es un día difícil de gestionar, más en mi estado, cuando he quemado todos los cartuchos que pudieran darme algo de vida el día de mañana. Estoy aquí sentado y no me queda nada a lo que agarrarme, solo seguir adelante sin un rumbo ilusionante, y sin la certeza de llegar a donde me he planteado llegar. ¿Lo peor? Me da igual no conseguirlo.
Soy débil porque mi felicidad no depende de mí, porque cometo errores que me gritan al oído que lo son, porque no sé qué hacer para que la elección sea la correcta. Y soy tan absurdo que ni tan solo sé si tengo alguna opción de acertar.
La desestabilización ha llegado, puntual a su cita, en forma de interrogatorio y sin más motivo que la mera curiosidad. Estoy calmado, como quien ha sido mordido por un áspid con una toxina lenta y sigilosa. Apenas duele el mordisco, pero sé que ese veneno se extenderá por todo mi cuerpo y en breve estaré emponzoñado, de arriba abajo, por esa maldición que se llama esperanza.
No he encontrado el antídoto en todo este tiempo, y a pesar de que debería ser inmune al dolor que forma parte de mí, sigue provocándome episodios de locura y desasosiego que me dan ganas de arrancarme las entrañas, corazón y alma para no sentir más.
Soy débil porque cuatro frases me van a hacer sobre pensar, porque ni siquiera soy capaz de decir que no a perder la poca dignidad que me quedaba. Es más fuerte que yo, lo será toda la vida, aunque no lo sepa.
Mientras lloro para mis adentros, alguien está en su cama terminando de pensar. Eres muy valiente, Merche, eres todo lo que yo no seré en la vida. Mucha suerte, no a ti, sino a todos los que sentimos pena por tu destino, porque somos tan débiles y tan ilusos que no sabemos que la que debería sentir pena eres tú por nosotros. Pena por no saber que, el día de la gran función final, temblaremos todos como borreguitos, al borde del abismo, mientras tú, mujer encomiable, tuviste el valor de mirarle los ojos y gritar su nombre.
Merche, todos mis respetos.
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