Otra noche de Reyes. De no ser que sigo siendo un niño y lo seré toda la vida, sería una noche más, pero no lo es. Mi capacidad de conservar la esperanza es inversamente proporcional a mi sentido común, y es por ello que este año he hecho las cosas bien y vuelvo a insistir aún con más ganas. He escrito mi carta para los Reyes Magos, y se la he entregado a un paje, al mini-vasquito ( un chavalín con cara de vasco que ya conocía y que, por caprichos de la vida, no ha crecido lo suficiente para su edad). Él la ha dado a una asistenta del rey Melchor y la han depositado en el buzón real. Alea jacta est.
El año pasado no debí hacer bien las cosas, o no debí portarme bien, o sus majestades miraron para otro lado, pero este año me lo he currado, este año me esforcé. Sufrí como nunca, he llorado, he rabiado, me he hundido y he odiado al mundo con todas mis fuerzas, pero seguí adelante. Merezco que mis deseos se hagan realidad porque sigo creyendo en la justicia divina. Por eso creo en vosotros, reyes de oriente, porque lo podéis todo, haced vuestra magia. Esta noche dormiré poco porque estoy muy nervioso, esperaré ansioso los primeros rayos de sol de día, ya que mañana, al despertar, mi vida volverá a empezar.
¿Que qué he pedido este año? Pues he hecho un Mariah Carey:
Este año he aprendido que, tristemente, los muertos ya no están, ya no existen. Solo son un puñado de cenizas debajo un árbol o dentro de una bolsa en un pequeño baúl. Son recuerdos imborrables, pero el verdadero esfuerzo debe ser para los vivos. Lo siento, mama.
He aprendido que familia no siempre es lo más importante. A
veces se olvidan de que existes, otras son capaces de hacer lo impensable por echarte de sus vidas. Es una lección dura de aprender, pero hay que
asimilarla. Ya han pasado 10 años donde la noche que solía ser la más feliz de nuestras
vidas la paso solo o lejos de los que son verdaderamente míos.
He aprendido una sabia lección que Robin Williams dejó
plasmada en una frase: “Pensé que la peor cosa en la vida es estar solo. No lo
es. La peor cosa en la vida es estar con gente que te hace sentir solo”.
He sido consciente de que el segundo peor año de mi vida
tiene mucho en común el peor año de mi vida: perder algo a alguien realmente importante
en tu vida. Echo de menos a esas personas, pero creo que he descubierto que lo
más echo de menos es la sensación de sentirme querido, importante. Todos
necesitamos cariño. Yo lo necesito para ser feliz, para poder con todo lo demás.
He descubierto que los sueños no se cumplen, que solo son maldiciones
que te recuerdan aquello que deseas y no lograste alcanzar. Son anhelos
incumplidos, es la película que tu mente te hace ver, noche tras noche, para
recordarte lo que no tienes en la realidad. He tenido muchos sueños así, por eso que sé lo que quiero, pero ¡joder! duele mucho asumir que nunca llegará.
He aprendido a que en la vida hay que apostar por aquello
donde la suerte intervenga lo menos posible. Debo centrarme en cosas que
dependan solo de mí y de mi capacidad como persona, no del destino. La suerte me esquiva, debo aprender a vivir sin ella, a luchar el
doble, a ganármelo a pulso y sin ayudas.
Me he dado cuenta de que ha pasado un año, pero en mí no ha
pasado ni un día. El olvido se ha olvidado de mí y vivir así una tortura. Debo
pasar página, como sea, porque es urgente vivir, como decían nuestras camisetas. Ella tomó
nota, yo no.
He aprendido que las expresiones “para siempre”, “no quiero
que nunca te vayas”, “solo quiero estar contigo”, “nunca me olvidaré de ti” son
expresiones vacuas, no tienen valor. Debía haber aprendido hace tiempo que nada
es para siempre y que las personas ya no tienen honor. Una promesa se puede
incumplir, una mentira no tiene coste, joder la vida de la gente sale
gratis. Otro año más que mi inocencia me la juega.
He aprendido a vivir sin lo que más me gusta, he aprendido a
tener resiliencia, a intentar contener mis frustraciones y convivir con la
impotencia y el desasosiego. Me he puesto retos para ponerme a prueba, como
dejar el azúcar de forma radical y así endurecer mi camino. Quiero una catarsis
por la vía del sufrimiento. Debo perderlo todo para hacerme fuerte, para no volver
a sentirme expuesto y frágil. Quien pasa con lo mínimo cae desde menos arriba.
He descubierto que lo que tantos años me hizo feliz ahora ya
no me hace sentir igual. Todo lo que tocó se ha marchitado y está corrompido. No
solo he perdido la brújula, he perdido los lugares y el camino. No he vuelto a
poner un pie en su letra “E”. Debo renovarme o morir, pero no ha sido justo, se
jugó siempre en mi campo.
He aprendido que no se puede recuperar lo que no fue nunca
tuyo.
He descubierto que puedo lograr lo que me proponga por mí
mismo. Aprobé el curso que decidí hacer, he entrado en la nueva etapa que me
marqué como meta. También he descubierto que ganar sin tener con quién
realmente celebrarlo es peor que perder con alguien que siente y te abraza en
tus derrotas.
He vuelto a recordar que la gente está de paso. He conocido
este año a más personas de las que conocí en los 7 anteriores y se fueron como
llegaron. No me molesta y no me importa porque esta lección ya la tenía aprendida,
porque me daba igual y ya que sabía que pasaría. Me apena que la vida sea esto, gente que
pasa como pasa el paisaje por la ventanilla de un tren o como las hojas por la calle en un día de
viento. Igual soy yo, pero ya no lo sé.
He aprendido que la pena se debe llevar por dentro, porque la
gente no quiere saber cómo estás y nadie recordará tu dolor a la mañana siguiente. Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Prefiero dar rabia que dar
pena.
No he aprendido a olvidar, ni a desmitificar, ni a pasar
página. Sigo esperando a que pase algo y es el peor error de este año y, me temo, que del
siguiente. Ojala pase algo que te borre de pronto.
He reaprendido a no sentirme mal si algo no me sale bien.
He aprendido a saber que no soy capaz de recordar la fecha
de un aniversario, pero sí la fecha de una pérdida. Imagino que la felicidad se
vive de una forma inconsciente y gozosa, pero la pena se recuerda a sangre y lágrimas.
He sido consciente de que si quieres que algo se haga, hazlo
tú, y si quieres que algo se arregle, cede tú. Imagino que soy el eslabón más débil,
veremos que pasa cuando se cambien las tornas.
He vuelto a conocerme en lo personal. Soy capaz de
levantar las manos y rendirme, y de marcharme en silencio, sin batallar y sin quemar Roma, sin que la derrota salga más cara para quien venció que para el vencido. Puedo ser la persona más
cruel, insensible y destructiva del planeta, pero un gran poder conlleva una
gran responsabilidad. Sé hacer muchísimo daño, pero soy demasiado sensato como para permitírmelo.
Estoy aprendiendo a gastar mi dinero en el hoy, no en el
mañana. No voy a permitir no disfrutar de los caprichos que me merezco.
Me estoy reconciliando con la música.
He leído muchísimo este año, no sabes lo orgullosa que
estarías de mí.
El mejor sueño, la peor pesadilla. ¿Por qué sigues apareciendo? Ya ha pasado mucho tiempo, deberías haber desaparecido de mi vida. Tengo mil motivos para que quedes anclada en el pasado y que tu recuerdo sea simplemente imágenes dispersas en mi memoria.
“Albertito, mi Albertito”. ¿Por qué sueño que volverás cuando ya hasta dudo si llegaste a estar? Mi cerebro, tan torpe e ingenuo, empieza a cuestionarse de qué lado está. Siempre creí iba con ella, pero ahora empiezo a descubrir que, alguna parte oscura y rebelde, se ha dado cuenta de a quién debe verdadera pleitesía. Quiso volver, con su imagen dorada pero de rostro borroso, pidiendo aquello que alguna vez fue. Tan solo una pregunta: “¿por qué?” deshizo el hechizo. Desperté. Me despertó. Un cerebro cansado de sufrir un dolor físico insoportable cortó de por lo sano lo que iba a ser un espejismo de nostalgia e irrealidad.
Ya ni en sueños me creo que haya marcha atrás, a pesar de que sigas apareciendo constantemente y a todas horas. Pero por suerte ya hay alguien que vigila por mí, que me cuida cuando me fundo con lo onírico. No me librará de ti, jamás lo hará, pero no acepta que sufra en vano la idealización de lo que ya no existe, de lo que ya nunca volverá a ser igual.
No puedo olvidarte, nada ni nadie te podrá sustituir, pero tampoco busco ni deseo aquello que te pueda igualar. Murieron y mataste mis ganas de querer, de amar. Tienes el monopolio de mi felicidad, pero no iré a buscarla ni te pediré que me la devuelvas, aunque seas la única pueda conseguirlo. Seguiré un camino que no quiero andar, dejaré pasar un tiempo que terminará por borrarme de una playa donde ya se escribieron otros nombres sobre el mío. Sé quien eres, sé quien soy, por lo que es mejor seguir sentado en este banco desde donde escribo, dejando que el sol termine de cegar unos ojos que me ven caminar hacia una oscuridad sin ti, pero siempre conmigo.
Si algo describe el "tarannà" (naturaleza, idiosincrasia) histórico de los catalanes es la derrota. Han sido múltiples las ocasiones donde el pueblo catalán ha sido derrotado cuando ha plantado cara a la injusticia, al malestar o a la ignominia sufrida por parte de otras naciones y pueblos que han intentado doblegar la cultura, historia y leyes e instituciones propias del pueblo catalán. La guerra dels Remences, la guerra dels Segadors de 1640, que acabó con el Tratado de los Pirineos en 1659, la Semana Trágica de 1909 o la Batalla de Cataluña de 1939 durante la Guerra Civil Española describen, entre otras, el sino de un pasado marcado por una lucha heroica ante una serie de adversarios que acabaron por doblegar la resistencia catalana. Pero lejos de avergonzarse de un destino tan aciago, Cataluña tomó como fiesta nacional una de sus mayores derrotas: la caída de Barcelona en 1714 durante la Guerra de Sucesión Española.
Cada 11 de septiembre, fecha en que se conmemora dicha derrota, Cataluña celebra su diada (Día de Cataluña). A pesar de la traición de Inglaterra y del Archiduque Carlos de Austria, y de la crueldad por parte del ejército borbónico de Felipe V en la toma de Barcelona, Cataluña celebra este día como una jornada de reivindicación de un pueblo que luchó hasta la muerte por mantener sus derechos y libertades. Porque si algo describe más a los catalanes que la derrota es el espíritu combativo para volver a levantarse y luchar por su identidad y las causas justas.
Es por eso que como catalán de nacimiento y creencia me siento orgulloso de serlo y aún más en días como el de hoy, ya que el carácter indoblegable que poseo es un ejemplo de la condición de la tierra que me ha visto crecer.
En la derrota se conoce al verdadero hombre, ya que hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria. De todas formas es difícil lidiar con una situación en la que has perdido algo por lo que luchaste hasta las últimas consecuencias. Asimilar la perdida es un ejercicio complejo, más aún cuando dicha perdida implica perder la esencia de todo lo que eras. El derrotado sufre la indecencia de no poder escribir la historia, de no poder reivindicar el derecho al honor, a la verdad, al respeto. Quien pierde no solo pierde la batalla, pierde el poder alzar la voz y demostrar que el haber perdido no implica que la justicia no estuviera de su parte. Nadie escucha al silenciado, a nadie le importan las mentiras, las tretas y los engaños que llevaron al ganador a quitártelo todo. Duele perder lo que querías, pero duele más cuando lo que te roban es la dignidad.
Cuesta volver a levantarse y ver que ya no tienes nada y aquella otra persona lo tiene todo, sin mala conciencia ni escrúpulos. Hay personas que nacen con una pátina de aceite moral: el infortunio les resbala por encima como si fuera agua, pero a su vez manchan todo lo que tocan. En mi derrota me marché sin hacer ruido: silencioso, digno, sin malas artes. Contuve todo en la prisión de mi cabeza, un tormento de puertas a dentro, y encerré todos mis reproches entre palabras desesperadas y pensamientos impresos. Nunca llegaron a quién debían llegar y cada vez tengo más claro que fue lo mejor.
Desde el día de mi derrota he dejado de hacer muchas cosas que antes hacía y me he privado, como condena personal, de sucedáneos que aligeren mi carga.
-No he vuelto a ir a comer a aquellos frankfurts que tanta vida me daban.
-No he vuelto a ver si estaba el sabor de siempre para el helado de cada verano.
-No he vuelto a ver los programas que aquel sofá recuerda entre risas, canciones y doctoras que leen.
-No he vuelto a comer pizzas donde no se dejaba ni una simple migaja.
-No he vuelto y subir y bajar de forma mareante cuando todavía "viure era urgent".
-No he vuelto al lugar donde el mundo se paraba y los sueño se hacían realidad.
He dejado de hacer lo que antes era genial, pero que con la chispa adecuada era único. Me he puesto en marcha para que este septiembre, un año a, sea el punto de inflexión externo. Como penitencia extra he dejado el azúcar, mi única droga real. No quiero nada fácil, quiero una vida espartana, quiero caer de una vez al fondo para poder coger impulso, sin anestesia ni edulcorantes: pura realidad que me abofetee tan fuerte que me haga despertar.
Hoy es el día de la derrota, como tal vez lo fue hace un año ahora, pero hoy soy consciente. No tengo nada que celebrar y aun así sigo aquí, con sus fantasmas y mis cargas, porque si Don Antonio de Villarroel luchó junto al pueblo catalán por una causa que no era suya hasta el último momento, por qué yo no iba a luchar, a pesar de la traición e infamia, por una vida que continúa y que al tener la verdad de mi parte, en algún lugar, alguien vive con el deshonor de saber que su victoria fue indigna y miserable y que nunca más podrá a volver a pisar las tierras que un día le hicieron realmente feliz. Yo puedo mirarte a los ojos, ¿y tú, Felipe V?
Los errores se pagan, pero hasta que no ves el precio definitivo nunca piensas si han salido más caros de lo que llegaste a imaginar. Porque todos sabemos cuándo estamos cometiendo un error y tan solo ponderamos, de manera aproximada, el coste de ese desliz con la esperanza de que el resultado final sea asumible.
La cuestión es que, a veces, los errores se cometen en compañía. Ambos sopesan sus circunstancias, lo que se pueden permitir y su capacidad de resiliencia ante un destino de dudoso desenlace. Supuestamente hablamos de gente madura, consciente y responsable de sus actos. También barajamos la idea de que algo que empieza como un error se tenga la intención, como decía Shakira en su canción, de convertirlo en un acierto.
Para eso debes tener muy claro que la otra parte lo vale y que el error, acabe bien o acabe mal, será asumido por cada uno de los componentes, intentando minimizar los daños porque nadie, en su sano juicio, juega para perder.
Y es aquí cuando entra un aspecto que no se tuvo en cuenta en esta compleja ecuación. ¿Qué pasa cuando una de las partes decide no asumir el coste de su error y lo transfiere a la otra persona?. Lo que era un “pacto entre caballeros” se vuelve pura traición. Puedes asumir el peso de tus errores, esperas que su peso sea más llevadero cuando el mal es compartido, confías en no sentirte solo hasta saldar la deuda, pero jamás estás preparado para pagar tú solo la cuenta. No lo estás porque el importe a pagar se vuelve triple: el precio de tu error, el precio de su error y el precio del engaño y de un “¿por qué?” infinito.
Estoy calculando el precio de mis (mi) último error y su coste es inasumible. Ni en un millón de años hubiera pensado que, algo que creía que valía la pena, lo haya valido tan poco. Es imposible explicar, y llevo intentándolo muchos meses, todo lo que he perdido, estoy perdiendo y perderé.
Entiendo perfectamente a la gente que “vive” con deudas. ¿Cómo desconectas de unos pensamientos que te invaden como las olas invaden las murallas de ese castillo de arena que todos hemos intentado construir en la orilla del mar? Es imposible parar ese maremoto de recuerdos que se infiltran en tu día a día, a cada momento y en cada lugar, y arrasan todo intento de olvidar lo que no debió suceder. Puedo asumir mis errores, pero no los engaños que me llevaron a ellos, no el haber sido el parachoques del coche de otro, no ser el borrador que se utiliza antes de pasar a limpio lo que será la gran historia de otra vida.
Escribo porque hoy volví a soñar con mi sueño y, estoy tan destrozado por dentro que, mientras sucedía, yo mismo le dije que no podía ser verdad, que era un sueño y que no quería despertar sabiendo que lo había sido. Cogió un color amarillento, su verde se difuminó y una expresión de “lo siento” me hizo huir de aquella cruel ilusión.
No puedo superarlo y no quiero seguir sintiéndome una mierda cada día de mi vida. Creo que mi problema es que nunca he sabido lo que deseaba y a su vez lo he deseado intensamente.
Aún ahora, sabiendo que si supiera la actual realidad me haría pedazos, deseo que los Orishas del santero inconsciente cumplan su predicción y pueda enfrentarme a un dilema que es mil veces mejor que mi actual existencia. 9 meses y ni siquiera así he dado a luz una nueva vida. Me arrepiento de aquella decisión, el precio no lo ha valido: esta vez si hubiera elegido lo mismo que Clementine, ethernal nightmare of the spotless mind.
Hasta el año viene, viajeras infinitas. Quien sabe qué pasará el próximo año, quien sabe que será de nosotros, que será lo que el destino nos deparará. Hoy estás aquí y de repente mañana cambia todo, sin condescendencia ni ternura ni piedad. En la vida nada es permanente, lo que hoy tienes mañana puede que no esté, por eso vivir el presente es un ejercicio obligatorio, aferrarse a lo que tienes una simple banalidad.
Lo único seguro es que el año que viene ellas seguirán brillando en el cielo, consumiéndose para nuestro gusto y deleite, y lo seguirán haciendo año tras año y durante millones de años más después de que hayamos desaparecido de la faz de la Tierra. Nosotros somos sus verdaderos astros fugaces que se convierten en polvo ante sus ojos, parpadeos insignificantes perdidos en una inescrutable oscuridad. Seres efímeros con historias intranscendentes y fútiles condenados a la indiferencia de un Universo que no nos devuelve la mirada.
Pero dentro de esa intranscendencia incontestable me queda el consuelo de que, aunque muy lejos y con todos los lazos rotos, y sabiendo que ya no compartimos los mismos abrazos, esta noche, al mirar al cielo, sí hayamos compartido las mismas estrellas en la más profunda y hermosa inmensidad.