domingo, 23 de septiembre de 2012

Capítulo 115: Malos tiempos para la onírica

Y así, de repente, de madrugada y por la puerta de servicio, me da por escribir. Sin más. Ni es una hora normal ni es un momento adecuado, ni tampoco es la primera o última noche que me despierto y no quiero seguir soñando. Malos tiempos para la onírica.

Debe ser el trayecto de una vida, el bagaje y todos esos trastos inservibles acumulados lo que llevan a mi subconsciente a derramar todas mis carencias o temores que, con los ojos cerrados, se vuelven nítidos y terriblemente reales. Lo irremediable de un camino en el que no has dado dos pasos del derecho, cuando crees que acabas de empezar y te das cuenta que el inicio ya ha quedado más lejos que el final, la clarividencia, la pensamiento científico y racional en manos de un ilusionario con demasiado mundo interior y un rácano mundo exterior. Todo eso me pesa.

Cada vez se me hace más complejo soñar. No quiero saber que diría Freud de mis sueños, ni quiero un manual para descifrar si estoy cuerdo de remate o mi locura es circunstancial y vitalmente necesaria. Sueño con la muerte y con lo que anhelo, y no sé cuál de las dos cosas me hacen sentir más triste y desesperado. Cada una me duele a su manera, cada una me deja sin respiración o con un sentido de la existencia más desalentador.

Hubo un momento de mi vida donde soñar era jugar a hacer lo imposible realidad y me quitaba la necesidad de desearlo, porque, de alguna manera, ya lo había "vivido". Incluso a veces, mis sueños llegaban a ser un yo desdoblado que hacía todo aquello que no se debía hacer, y vivía ese mundo paralelo donde tomamos las decisiones que deben quedar en el cajón desastre. Llegué a censurarme en según que actitudes y me despertaba siendo mejor persona sin haberme movido de la cama. Fue una época donde no recordaba los sueños, unos por surrealistas, otros por terrenales, algunos por el bien de mi salud mental, y la mayoría por ser historias que perderían la magia si llegan a pensarse más allá de la realidad del que ya ha despertado.

El soñar se ha vuelto la cara amarga del dormir y dentro de esta espiral de incoherencias y desvaríos, cada vez tengo más ganas cerrar los ojos y perderme entre las sábanas. Sé que es temporal, como todo en la vida, tan temporal como lo es ella en sí misma, pero no deja de ser mi realidad, una realidad casi tan caprichosa como la propia irrealidad.

He soñado que todo pasaba, he soñado que cuando no esté seré moléculas de nada en un camino infinito sin meta ni destino, he soñado que me querían de todas y cada una de las maneras, he visto plasmadas en mi mente todas aquellas ideas que deambulan por el limbo de mis sueños, he soñado con una mirada penetrante, con la nariz perfecta, con su cara de mala de culebrón, he soñado que mil cosas sin sentido se mezclaban entre sí y hacían gala de su naturaleza intrínseca en un caos absoluto, he soñado con la verdadera identidad de las personas, me he enamorado de alguien de la noche al día y he encontrado respuestas cristalinas a enigmas existenciales que, por desgracia, jamás podré recordar.

No quiero morir y muero cada día un poco más. No quiero sentirme así  pero todo esto que siento me hace sentirme asustado pero vivo. Con los sueños he aprendido a encajar el formar parte de algo y que de un momento al otro desaparezca sin más, asumiéndolo estoicamente.

Me ha hecho fuerte el prescindir de todo lo prescindible, y, pese a mí flaqueza, ahora se valorar que una vez se abren los ojos, lo que vivas y cómo lo vivas, depende exclusivamente de ti.


Frase del día: Todavía tengo un largo y radiante día para decidirla...