lunes, 15 de abril de 2024

Capítulo 211: Hughie o el Eterno Retorno

Hace un rato acabé de ver el capítulo seis de la segunda temporada de "The boys". Una escena me llamó la atención: The Butcher y Starlight tienen una pequeña conversación sobre Hughie, que está delante de ellos, inconsciente, en la cama de un hospital. Tras reírse sobre su afición a lavarse con champú de niños con olor a fresa ( debo reconocer que yo hice lo mismo hasta hace poco tiempo), Starlight, reflexiva y con cierto remordimiento, dice en voz alta: 

- Pero realmente... nunca se rinde contigo, ¿verdad? 

A lo que The Butcher responde: 

- No, y te sigue a todas partes como un perrito.

Finalmente Starlight replica: 

- Es demasiado bueno para nosotros...

-Sí.

A veces me siento como Hughie. Tengo la sensación de no haberme rendido jamás con nadie que entrara en mi vida. Suelo ser una persona bastante hermética y el umbral de acceso a mi confianza es bastante elevado, pero aquellas personas que lo cruzan lo hacen para siempre. Una vez estás dentro, estás dentro

Y una vez en mi mundo es como si llevaras una pulserita del "todo incluido", como en esos resorts de vacaciones. Todo incluido, o casi todo. Ese privilegio ha correspondido, generalmente, a personas que se han hecho dignas de mi confianza por méritos propios, un círculo de oro inquebrantable, que, a pesar de su solidez, se ha roto en demasiadas ocasiones para mi gusto.

Imagino que encontrar gente así es maravilloso para aquellos que pasan por la vida arrasando todo lo que tocan. Personas que tienen la capacidad de controlar de forma magistral sus conciencias y que pueden permitirse el lujo de exprimir el amor y la confianza de quienes les acompañan para posteriormente cambiar de huésped y volver a repetir el ciclo sin sentir el más mínimo remordimiento. Lo que empieza como una relación simbiótica acaba como un parasitismo donde el individuo fuerte desarrolla su capacidad de supervivencia utilizando al elemento más ingenuo para que cubra sus necesidades básicas y vitales y luego, a otra cosa, mariposa.

Lo que sea para sobrevivir, lo que sea para que el camino sea imparable y exitoso. Poco importa el estado en que quede la víctima: el cuco pone los huevos en otros nidos y una vez sale el polluelo de su cáscara empuja al vacío la puesta original eliminando así toda competencia, la mantis religiosa devora la cabeza del macho al realizar la cópula, el muérdago penetra en la corteza de los árboles y se nutre de su savia y nutrientes hasta la muerte del mismo. En estos casos no hay marcha atrás, pero ¿qué sucede cuando el afectado sobrevive?

Cuando sobrevive, la víctima pierde la esencia de lo que un día fue. Las secuelas y las cicatrices hacen languidecer cada célula de su ser y el resto de la existencia es un deambular errático e inconexo, lejos del vigor y las ganas de vivir que se tuvo en su día. Normalmente el tiempo cura los destrozos del paso de estos huracanes devastadores y aprendes por las malas que debes alejarte de su camino como alma lleva el Diablo. Pero a mí la naturaleza no me dotó con el don del sentido común o con el instinto de supervivencia de los seres vivos. Yo, como Hughie, de forma voluntaria y conscientemente, no me rindo ni me alejo, muero abrazado a mi perdición.

A todas las personas a las que he querido, sea solo de forma afectiva o sentimental, las he intentado mantener a mi lado, indiferentemente de las circunstancias que dieran fin a aquella relación. Mi más que recurrente maldición de no poder olvidar los buenos momentos pero sí enterrar los malos, ha provocado  situaciones donde, incluso siendo yo el agraviado, he seguido dando y haciendo todo por la otra persona. 

He intentado no perder el contacto, he intentado perdonar "errores", he concedido tiempo y espacio de forma inmerecida, he luchado, me he preocupado y empatizado con personas que tuvieron cero arrepentimiento hacia mí por su egoísmo desmedido. Tras años he intentado reencuentros, les he escrito preocupándome por ellas, he insistido más de una vez a lo largo de tiempo a pesar de no obtener respuesta. Las pocas personas que sí respondían me agradecían el gesto y reconocían que no habían conocido a nadie como yo, pero cuando dejaba de insistir volvían a desaparecer para quedar ya definitivamente en el olvido. 

Creo que me falta esa capacidad de pasar página que tienen los demás. Para mí, todos los libros de mi vida tienen un marcador a partir de donde sería capaz de continuar la historia como si la hubiera dejado de leer ayer mismo. No he aprendido a asimilar que la gente cambia, que mucha gente no mira atrás. En sus batallas no se hacen prisioneros y el pasado deja de existir porque de haberlo querido realmente hoy seguiría siendo su presente.    

Pero yo no abandono. No por que no deba, no porque se lo merezca; no abandono porque si un día tuve un motivo para morir por ello, ese motivo seguirá existiendo siempre para mí. Porque me niego a creer que la gente que creía conocer y a quien entregué todo mi mundo, a quien mostré mis debilidades y mis flaquezas, sean capaces de hacerme daño siquiera por omisión. Cuando le dices a alguien que lo dejarías todo ella, que no necesitarías a nadie más a tu lado de aquí al fin de tus días, que solo necesitas una mirada para saltar al vacío porque podrías dejar tu vida en sus manos sin dudarlo un segundo, entonces, solo entonces, la palabra rendición desaparece de tu vocabulario. 

Sí, existen todavía tontos que son (somos) capaces de esto y mucho más. Existe gente que no necesita más que un punto de apoyo para mover el mundo, aunque ese apoyo se hallara en mitad un terremoto. Conocía todas las mentiras, era consciente de ser una cachipolla efímera en un bosque de pinos contadores (Terry Prattchet reference), se que mis 20 veces cada día luchan contra su media vez en 4 meses, y se que el perrito del que hablaba The Butcher en realidad es un perro viejo abandonado en una gasolinera y con su collar colgado ya del cuello de otro perro, pero, ¡por Dios!, por mucho que lo intento no encuentro la manera de rendirme dentro de mí.

Tengo mil motivos, mil desprecios y mil señales. Todo lo que se me pudo hacer me lo hizo, todo lo que más daño podía causarme lo usó contra mí. Noto, al pensar en todo ello (los cuernos, los engaños, los subterfugios insostenibles para justificar cada decisión y cada acto) como mi corazón se desgarra y grita de dolor. Me enfurece y me dan ganas de ahogarme a mi mismo por imbécil, por débil y por pusilánime; por ser un "simp" como dicen los americanos. Pero cuando pasan unos minutos toda esa efervescencia se desvanece y vuelve el Hughie que, aunque es maltratado, manipulado y humillado constantemente, solo desea volver a ser feliz y recuperar a la Luz Estelar de su vida.

No rendirse es duro y agotador, y lo peor, casi siempre es en vano. Seguir adelante cuando no hay esperanza y todo el esfuerzo es inútil es absurdo. Es un punto de la vida donde el resistir se convierte en un ejercicio de resilencia fútil y en un suplicio que lo enturbia todo. El problema es que no podemos evitarlo, ser demasiado buenos no es una decisión, es un acto reflejo, una impronta imborrable que se impone sobre cualquier otra reacción natural que podamos tener. Igual el problema sí que está en todos aquellos que, al detectarlo, lejos de alejarse para no hacer daño estas personas, se aprovechan de la situación y la explotan en su propio beneficio hasta que ya es demasiado tarde y el mal provocado se vuelve inasumible y eterno. Pero qué más les da, ya no están ahí para lidiar con las consecuencias.

Me quiero rendir y no puedo. Pero a su vez solo quiero estar ahí, porque es lo que deseo, quiero verle feliz, apoyarle, ser la red de seguridad que le permita llegar a todo y brillar por encima de las estrellas mientras me coge de la mano y me impulsa a su vez. Quiero que abras los ojos, ser el yang en tu oscuridad, ser tu canario. Quiero no merecerlo, quiero que pienses que soy demasiado bueno para ti; quiero ser tan tan bueno que no puedas permitirte el lujo de perderme.  



No hay comentarios:

Publicar un comentario