miércoles, 11 de septiembre de 2024

Capítulo 239: El día de la derrota

Si algo describe el "tarannà" (naturaleza, idiosincrasia) histórico de los catalanes es la derrota. Han sido múltiples las ocasiones donde el pueblo catalán ha sido derrotado cuando ha plantado cara a la injusticia, al malestar o a la ignominia sufrida por parte de otras naciones y pueblos que han intentado doblegar la cultura, historia y leyes e instituciones propias del pueblo catalán. La guerra dels Remences, la guerra dels Segadors de 1640, que acabó con el Tratado de los Pirineos en 1659, la Semana Trágica de 1909 o la Batalla de Cataluña de 1939 durante la Guerra Civil Española describen, entre otras, el sino de un pasado marcado por una lucha heroica ante una serie de adversarios que acabaron por doblegar la resistencia catalana. Pero lejos de avergonzarse de un destino tan aciago, Cataluña tomó como fiesta nacional una de sus mayores derrotas: la caída de Barcelona en 1714 durante la Guerra de Sucesión Española. 

Cada 11 de septiembre, fecha en que se conmemora dicha derrota, Cataluña celebra su diada (Día de Cataluña). A pesar de la traición de Inglaterra y del Archiduque Carlos de Austria, y de la crueldad por parte del ejército borbónico de Felipe V en la toma de Barcelona, Cataluña celebra este día como una jornada de reivindicación de un pueblo que luchó hasta la muerte por mantener sus derechos y libertades. Porque si algo describe más a los catalanes que la derrota es el espíritu combativo para volver a levantarse y luchar por su identidad y las causas justas. 

Es por eso que como catalán de nacimiento y creencia me siento orgulloso de serlo y aún más en días como el de hoy, ya que el carácter indoblegable que poseo es un ejemplo de la condición de la tierra que me ha visto crecer. 

En la derrota se conoce al verdadero hombre, ya que hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria. De todas formas es difícil lidiar con una situación en la que has perdido algo por lo que luchaste hasta las últimas consecuencias. Asimilar la perdida es un ejercicio complejo, más aún cuando dicha perdida implica perder la esencia de todo lo que eras. El derrotado sufre la indecencia de no poder escribir la historia, de no poder reivindicar el derecho al honor, a la verdad, al respeto. Quien pierde no solo pierde la batalla, pierde el poder alzar la voz y demostrar que el haber perdido no implica que la justicia no estuviera de su parte. Nadie escucha al silenciado, a nadie le importan las mentiras, las tretas y los engaños que llevaron al ganador a quitártelo todo. Duele perder lo que querías, pero duele más cuando lo que te roban es la dignidad.

Cuesta volver a levantarse y ver que ya no tienes nada y aquella otra persona lo tiene todo, sin mala conciencia ni escrúpulos. Hay personas que nacen con una pátina de aceite moral: el infortunio les resbala por encima como si fuera agua, pero a su vez manchan todo lo que tocan. En mi derrota me marché sin hacer ruido: silencioso, digno, sin malas artes. Contuve todo en la prisión de mi cabeza, un tormento de puertas a dentro, y encerré todos mis reproches entre palabras desesperadas y pensamientos impresos. Nunca llegaron a quién debían llegar y cada vez tengo más claro que fue lo mejor. 

Desde el día de mi derrota he dejado de hacer muchas cosas que antes hacía y me he privado, como condena personal, de sucedáneos que aligeren mi carga.

-No he vuelto a ir a comer a aquellos frankfurts que tanta vida me daban.

-No he vuelto a ver si estaba el sabor de siempre para el helado de cada verano.

-No he vuelto a ver los programas que aquel sofá recuerda entre risas, canciones y doctoras que leen. 

-No he vuelto a comer pizzas donde no se dejaba ni una simple migaja.

-No he vuelto y subir y bajar de forma mareante cuando todavía "viure era urgent". 

-No he vuelto al lugar donde el mundo se paraba y los sueño se hacían realidad. 

He dejado de hacer lo que antes era genial, pero que con la chispa adecuada era único. Me he puesto en marcha para que este septiembre, un año a, sea el punto de inflexión externo. Como penitencia extra he dejado el azúcar, mi única droga real. No quiero nada fácil, quiero una vida espartana, quiero caer de una vez al fondo para poder coger impulso, sin anestesia ni edulcorantes: pura realidad que me abofetee tan fuerte que me haga despertar. 

Hoy es el día de la derrota, como tal vez lo fue hace un año ahora, pero hoy soy consciente. No tengo nada que celebrar y aun así sigo aquí, con sus fantasmas y mis cargas, porque si Don Antonio de Villarroel luchó junto al pueblo catalán por una causa que no era suya hasta el último momento, por qué yo no iba a luchar, a pesar de la traición e infamia, por una vida que continúa y que al tener la verdad de mi parte, en algún lugar, alguien vive con el deshonor de saber que su victoria fue indigna y miserable y que nunca más podrá a volver a pisar las tierras que un día le hicieron realmente feliz. Yo puedo mirarte a los ojos, ¿y tú, Felipe V?

¡Visca Catalunya!

 



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