Se acerca el momento. Pavor, nervios, nimias esperanzas, desasosiego. Estoy a minutos de cerrar el círculo del segundo peor año de mi vida. Cuando me felicitó por última vez no pensé que todo fuera a acabar así. No ha sido un año fácil, todo fue cuesta abajo y he sufrido de todas las maneras humanas que una persona puede sufrir.
He vivido las primeras señales de que algo no iba bien, los primeros avisos velados, un choque abrupto que fue decisivo, una larga espera descorazonadora, el vacío, promesas que sonaban falsas, la perdida de todos los privilegios, la agónica desesperación del que ve que está todo perdido, la incertidumbre, el desprecio, el no poder más y explotar, la puntilla final, el abandono, la incredulidad, la falta de aire, la soledad del alma, el morir en vida, la muerte de las esperanzas, el dolor de no poder odiar por estar completamente ya-lo-sabes, el pensar que ya es demasiado tarde, el no soportar que no eres nadie, y mañana, la última excusa para desaparecer para siempre. Un año de mierda.
Todo esto aderezado con dolor físico, con el insoportable peso de una mente que no desconecta y no olvida, con lesiones que no se han curado y experiencias por las que deberé volver a pasar otra vez pero ya anímicamente solo, sin ilusión. Saber que un día de alegría, un día que no es solo tuyo, ya no va a serlo nunca más y sin lo único que deseo que era mi punto de apoyo con el que hubiera caminado hasta el final de la existencia sin dudar. Eso ya no es vida, tiene otro nombre que está a años luz de lo que es la felicidad.
Tengo miedo a que llegue la hora, a que se corte el único lazo que quedaba entre los dos puntos, que ya no le quede ninguna obligación más. Me muero de celos, me muero de pena, me muero de miedo de que cierre todo con un puñal de hielo en forma de formalidad mínima. Me muero de tristeza porque mañana sea el fin del fin. No quiero, no puedo, no me hagas esto.
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