domingo, 31 de diciembre de 2023

Capítulo 164: Hasta aquí hemos llegado (2023)

Empecé el año solo en casa, aunque no lo estaba. Acabo el año acompañado, pero mucho más solo que la última vez.

Hasta aquí hemos llegado, el reloj marca el tiempo, inexorable como decía aquel, y se acaba lo que se daba.

La gente en la calle, engalanada, con ganas de celebrar. ¿Qué celebran?. Pues imagino que haber sobrevivido a todo un año más, la felicidad de estar con sus seres queridos, el soltar lastre, la primera navidad con nuevos amores, celebrar un día para pasar cuentas y hacer borrón y cuenta nueva. 

Estar feliz hoy es obligatorio, casi un mantra. Se dejan atrás viejos fantasmas, se renuevan los deseos para el año siguiente sin necesidad de haber cumplido antiguos, total, ¿qué más da?, tengo doce más. 

Y la gente que no es feliz, ¿cómo actúa?. La gente no feliz se desvanece, desaparece entre una multitud de sonrisas ajenas y comensales desconocidos. Se callan, buscan cobijo en un último bastión (normamente la cabeza) y se enfrentan a sus demonios, regocijándose en su propio dolor sin poder huir de lo peor de la existencia: buenos recuerdos y promesas de un pasado que siempre fue mejor y ya no será. El mito de Prometeo, pero del corazón, arrancado poco a poco cada día y al despertar de nuevo el mismo suplicio.

Yo estoy escribiendo rodeado de gente, que es lo único que me aliviaba. Aliviaba porque pensaba que la pluma es más fuerte que la espada, que el sentido común y la empatía eran más fuerte que un silencio culpable y un te leo sin leer. Escribiendo desde el alma, desde la fuerza que daba vaciarse sabiendo que no solo eran palabras si no plegarías y alegatos de redención que obrarían el milagro, ahora es solo papel mojado, metadona para un yonki al que le cerraron las puertas del cielo de su heroina. 

Y no sirve. Nada va a servir. Pero aquí estoy, haciendo reír al personal, con una máscara de tragicómico que me viene pequeña, donde se ven las costuras. Ridi pagliaccio. Ridi.

Se acabó, hasta aquí, se cierra definitivamente una etapa, una maravilla que agonizó en sus últimos coletazos, un final cruel, un final y un no final. 

Solo un deseo. Ya lo sabes. Te quiero ser feliz.

Esos doce sonidos metálicos no han sido campanadas, han sido doce llamadas de auxilio desesperadas, doce intentos de romper esa armadura, doce promesas con uves. No give up, i promise to you. Fuck y! Aaaaaaahhhhhhggggggg …

sábado, 30 de diciembre de 2023

Capítulo 164: Joder, menuda hostia

 ¡Qué golpe! Menuda hostia. Nada más recibirla pensaba que no había sido nada. Me quedé sentado haciendo una valoración de daños. No dolía, estaba en el suelo pero era como si hubiera salvado todos los muebles por puro milagro. Luego empece a entender, algo no iba bien. 

Volví a mirar lo que había pasado. No es posible, había hecho ese recorrido infinidad de veces en los últimos siete años, ¿cómo había podido ocurrir?. Conocía el badén, conocía el camino que transitaba, creía conocer el vehículo que me había llevado hasta allí, habíamos hecho mil viajes juntos.

Pero esta vez, cuando más confiado estaba, cuando mejor preparado creía estar para conseguir mi objetivo, poder hacer aquello sin cansarme y sabiendo gestionar las subidas y controlando las bajadas, sin ir a lo loco ni sin frenos, llegó el golpe que acabó con todos mis sueños de este y próximos años.

¿Quizás la bicicleta era demasiado pequeña?, ¿ ella pensaba que para ella el que era muy grande era yo?. Para mí no era cuestión de tiempos ni tallas, para mí era una bicicleta ideal para crecer, coger fondo, para recorrer todos los caminos, fueran lisos, escarpados, llenos de piedras o peligrosos por todos esos vehículos que se cruzaban sin importar pasar demasiado cerca. Qué más da qué pensaran los demás, llegué a adelantar y llegué más lejos que mucha gente que se cruzó conmigo en la carretera, perfectamente pertrechados, con una apariencia de auténticos viajeros al lado de mi básica y parcheada apariencia. Juzgar el libro por la portada. 

No era mi primera bici, tuve con la que aprendí a pedalear, la que me metió el gusanillo del amor a este deporte y que acabaron robándome, tuve bicicletas que parecían ideales pero nunca acabaron de hacerme sentir cómodo, y finalmente esta, que no era mía pero por la que no la hubiera cambiado por nada de este mundo.

Cuando me caí ella estaba intacta, todo el golpe me lo llevé yo. Empezó a llegar el dolor, me mareaba, pero lo primero que hice fue volver a intentar subirme a ella. Todo empezó a moverse, nada encajaba en mí. Me repelía. Me quede sentado agarrotado en el suelo, sin respiración. Pensé: no, no, no. Acabé gritando porque más allá del dolor que empezaba a recorrer mi cuerpo, lo que me dolía era el corazón, porque mis sueños se evaporaban, mi futuro. Estaba roto, más roto de lo que podían ver en mí. La radiografía solo mostraba una fractura, “señor, no hay que operar, se curará solo con el tiempo, el 90% de los casos la rotura suelda sin más”. 

Pero yo sabía que no, que no había sido una hostia normal, mi interior estaba completamente destrozado, hecho añicos. Y así ha sido.

Pedí ayuda, quise que sanaran mi dolor, a la única persona que podía hacerlo. Apenas me dedicó unos instantes, fríos, distantes, como si pasara cada día, con un desapego del que hace y ve esto cada día pero sin sufrirlo. Alguien herido y roto quiere saber que eso va a tener solución, quiere tener esperanza y saber que, tras los momentos duros, todo se arreglará. Le dije que lo peor era que no podía dormir, que el dolor me estaba impidiendo ser persona, que no sabía que iba a hacer. Le dio igual. Me largó como quien ve pasar el desconocido mundo a su alrededor. Indolente.

Y aquí estoy, sin saber como seguir adelante. Llevo un año de mucho dolor, de esfuerzos titánicos sin su correspondiente compensación, pero tenía mi bicicleta para ser libre. 

Me duele mucho, me va a dolor infinito, porque noto la cicatriz en mi cuerpo y palpita. Quizás debí hacer caso a ese chirrido que me indicaba que la bicicleta me estaba diciendo algo, pero ¿quién escucha cuando es absolutamente feliz haciendo lo que hace?. Tal vez la culpa fue mía, por tomar decisiones erróneas, haber pasado aquel badén por encima en lugar de esquivarlo. 

Pero me siento engañado, dicen que esa bici desde el principio no era para mí ni nunca lo hubiera sido, lo sabía y yo no. Yo me esforcé en aprender a comprenderla, en estar física y psicológicamente listo para el reto, a pesar del tamaño. Y de un día para el otro escupido en la cuneta y se acabó, ahí te quedas. Ahora solo quedan marcas en el suelo, y cicatrices y nervios cortados de cuajo que seguirán sintiendo porque esto va más allá.

Y dolor. Y el frío absoluto. De lo único que no queda nada es de esperanza. Quiero morir, no hay futuro. La pared.

jueves, 28 de diciembre de 2023

Capítulo 163: Perder los nervios

He perdido los nervios. Bastantes. He sido consciente de ello. 

Hoy, tras otra mala decisión en la vida, tomada por no hacer ni caso a las señales luminosas que mi ángel de la guardia coloca en mi camino, las cuáles insisto en obviar de manera sistemática, fui a ver que tal andaba la parte metálica, rellena de crujiente hueso fracturado, que forma parte ya de lo que fue antiguamente mi clavícula. 

¿Quién se acuerda de que tiene clavículas?, ¿qué función tienen en un cuerpo repleto de otros 204 variopintos huesos que no sea apoyar un violín o marcar extrema delgadez?. Una piedra en el camino, me enseñó que me mi destino, era llorar y llorar. 

El doctor me libró del cabestrillo, pero al preguntarle por qué tenía todavía gran parte de la zona dormida me respondió que era cosa de la operación y que para acceder al hueso habían tenido que cortar muchos nervios que ya no volverían a unirse ni cumplir su función. No volverán a sentir. Sentencia. Carpetazo.

Noooo...

 

El señor dentista, parte de la aunque conocida nunca suficientemente denostada mafia de negocio del diente, me dijo que, tras apretar mi agujereada muela como si fuera una adolescente intentando sacarse una espinilla, lo sentía pero que estaba tocando pulpa y había que endondonciar. Tal como había estado clavando el  garfio asesino para demostrármelo, estoy seguro que su ancestros fueron los que clavaron la espada de Excalibur en la roca. 

¿Eso quiere decir que hay que matar el nervio?. Así es caballero. Maquinilla de ruido infernal, lengua en triple tirabuzón, olor a pezuña quemada y kaput. 


Noooo...

 

-¿Me vacilas?. -Me voy a dormir. Tecleo, dos ticks. Tecleo, un tick. Tecleo, un tick. Ya no tecleo más. 

 

No.

 Cuatro de la mañana tras dos universos más de tecléos. 

 

¿Cómo se pueden perder los nervios con tanta facilidad? ¿Por qué puedes empezar algo y al final descubrir que la respuesta del destino son nervios, dolor y un no sin eco? ¿Por qué nadie te avisa de lo que implican las malas decisiones hasta que las has tomado y pagas las consecuencias? 

Esta me la sé, porque nadie sigue un buen consejo que anule la emoción de lo que tienes en mente, ni siendo propio. 

La ironía de todo esto es que para volverse insensible en la vida, primero has de perder los nervios. Sin nervios, no hay dolor. 

Síndrome de Insensibilidad Congénita al dolor, así se llama esta enfermedad. Pero tiene una peculiaridad,  la insensibilidad es al dolor físico. La respuesta a las dos primeras fases.

Alexitimia, esta es la  respuesta a la tercera. Esta está relacionada con la incapacidad de expresar o reconocer las emociones o sentimientos propios y ajenos. Otra forma de no sentir. 

Mi clavícula sanará, mi muela continuará cumpliendo su función, los nervios de mi cuerpo seguirán mostrándome el dolor. 

De lo que tengo miedo es de lo otro. Tengo miedo de sentir demasiado, tengo miedo de encontrarme con gente que no sienta nada. 


jueves, 21 de diciembre de 2023

Capítulo 162: Tres del metro

Como decíamos ayer. 

Hacía mucho (de tanto) que no viajaba solo en metro. Mi memoria apenas podía recordar algo que no fuera aquellos trayectos cotidianos de años atrás, donde no había pasajero que no estuvieran absorto leyendo un libro, un diario, interiorizando su propia música u observando con detenimiento la fauna variopinta que conformaba (conformábamos) esa parte de la sociedad que viajaba asiduamente bajo tierra. 

Las cosas no han cambiado, como mucho se han renovado con los tiempos, y aún así, quince paradas en esos vagones repletos de gente, sigue siendo suficiente para que un viaje en metro se convierta en una experiencia espiritual.

La chica se sentó justo a mi izquierda, y al mirar sus pies la reconocí al instante. Es mañana, camino del  médico, me había llamado la atención una persona que llevaba delante mío. Llevaba  unas botas con pelusa en la parte superior y unos leotardos verde oscuro que, a pesar de ser ajustados y aparentemente de su talla, le hacían pliegues y arrugas en sus escuálidas piernas. Caminaba encorvada, como con dificultad. Intenté verle la cara porque no podía determinar el motivo de aquel errante y decadente caminar. Apenas puede atisbar que se trataba de una chica joven, de largo pelo rizado que le tapaba el rostro y con la cabeza gacha pero no logré determinar si su caminar era debido al cansancio, al sueño o si sufría algún que otro tipo de problema de diferente índole. Yo debía cruzar la calle así que la perdí definitivamente de vista.

Y allí estaba sentada, a mi lado. Imagino que ella no fue consciente de la casualidad, ni de mi intentos  por saber algo más de ella a través de una disimulada mirada. Olía a tabaco y no hizo absolutamente nada durante el trayecto en el que coincidimos. Simplemente se levantó al llegar su parada, se bajo del vagón y se perdió entre la gente del andén, con su renqueante caminar. Desapareciendo de mi vista de la misma manera que lo había hecho esa misma mañana. 

La chica debía estar hablando con el que era su padre, justo delante de mí, de pie junto a la puerta. Ella era una adolescente que debía estar en su primer año de universidad, él un señor canoso que podría tener cincuenta y muchos. En un determinado momento le preguntó algo sobre los chicos, y ella respondió con cierto pudor. No tenía pinta de ser de esa clase de chicas que se los lleva a todos de calle ni su apariencia hacía pensar que se preocupara más por su imagen que por su propia comodidad u otras prioridades de su vida. Vagamente intentó decirle que no había tenido todavía mucho éxito con el tema, que tanto ella como su amiga estaban solteras y que no salían mucho, y que por ello no habían conocido todavía a nadie como para llegar a un nivel más íntimo con algún chico, pero que no pasaba nada. El padre asentía como para no hacerle sentirse avergonzada ya que durante ese momento de conversación ella se había estado mirando los pies y agarrando con nerviosismo la carpeta. 

Tan pronto como cambió el tema de conversación ella volvió a un posición más distendida y volvió a aparecer una sonrisa en su cara que duró hasta que ambos bajaron dos paradas después.

Eran dos chicas más jóvenes que la anterior, pero con un perfil parecido. Lo fácil sería describirlas como otakus, muchachas con ropa ancha y estilo muy personal, a las que la mayoría de la gente catalogaría como "frikis". Una de ellas hablaba sin parar, muy animada, como si estuviera descubriendo constantemente el montón de cosas que tenía en común con su amiga, cosa que incrementaba su entusiasmo. Llevaba el pelo algo irregular y cortado a media melena aparentando cierto descuido, su ropa era holgada y colorida, con dibujos de algún manga que no supe identificar. La otra era más o menos de su altura, gafas de pasta, pelo oscuro y con un corte de pelo masculino, donde destacaba su flequillo. Su ropa también era ancha y muy sport, pero su pose era más sobria e inamovible. Desconozco de qué estaban hablando pero capté el momento en que la chica seria estaba a punto de llegar a su parada. Repentinamente, la chica que no había parado de hablar, con una gran sonrisa en su cara le dijo: 

-"¡Qué guay! ¿Puedo darte un abrazo?".

La otra chica se limitó a decir que no, como extrañada, y con un gesto muy despectivo simuló golpearla un par de veces o tres con la palma de la mano extendida sobre el hombro, manteniendo la distancia, para posteriormente bajarse del vagón. La otra chica, sin perder la sonrisa pero siendo consciente de la  humillación que acababa sufrir, le respondió:

-"Vaya, me acabas de tratar como si fuera un perro al que quieres calmar y decirle que todo bien".

Me quedé unos segundo estupefacto, no sabía que había desencadenado esa reacción tan desafortunada, pero aquella muchacha no se lo merecía. 

Pero curiosamente, al instante de ocurrir eso y como recuperando repentinamente su autoestima, la chica agraviada, como si no hubiera pasado nada, le gritó alegremente: 

-"¡Bueno, nos vemos mañana, hasta luego!".

Me la quedé mirando un rato al ponerse de nuevo el metro en movimiento. De repente se transformó en otra persona. Cambió su semblante, desapareció cualquier tipo de emoción de su cara y volvió a ser una más de aquel vagón ya medio vacío. 

Me dio cierta pena ver el trato que había recibido y me quedé pensando en lo duro que debía ser entrar en la adolescencia de una forma tan abrupta, sin guía ni saber como actuar con las personas, siendo tan difícil aprender a gestionar las relaciones afectivas o encajar con la gente cuando te sientes diferente a todo lo que te rodea. El como no fracasar cuando intentas socializar torpemente con aquellos que crees afines a tu mundo, ese mundo que parece que solo tú entiendes, hasta conseguir encontrar a alguien que comparta esa marabunta de pensamientos y sentimientos que te desbordan, sin que te haga sentir extraño por querer las cosas de esa manera, por querer, simplemente, hallar un lugar donde encajar.

Luego me di cuenta que todos y cada uno de los pasajeros de ese vagón podría haber pensado lo mismo de cualquiera del resto de nosotros, porque encontrar tu sitio puede llevar toda una vida.

Y fueron precisamente esos 40 minutos de metro los me trajeron de nuevo aquí, el único lugar que jamás debí abandonar.