martes, 23 de abril de 2024

Capítulo 212: La (no) leyenda de Sant Jordi

Sant Jordi era un caballero sin reino, un vasallo sin rey, un hombre sin verdadera reina. Vagando por tierras inhóspitas y buscando un motivo por el que morir, encontró a una princesa. La princesa, inocente, desvalida, ligada a una tierra de mala raza, quería volar pero algo lastraba sus alas. Siempre encerrada en su castillo se moría de ganas por vivir mil aventuras y vio, en el caballero de armadura deslustrada, la oportunidad que llevaba esperando durante toda su corta vida. 

El caballero, haciendo honor a su título, ejerció como tal. ¿Quién no lo daría todo por liberar a una desvalida princesa de la que era su prisión en vida?. Le abrió las puertas de su humilde mundo; le enseñó a cabalgar, le descubrió las mejores posadas, puso a su pies su conocimiento, habilidades, alma y corazón. Incluso le llevo a lugares sagrados para él y le mostró secretos que jamás había desvelado. La princesa, aparentemente inexperta en estos lares, se dejó llevar. Pero era una princesa con unas ansias de vivir desbocadas. Nada le impedía cumplir sus deseos, ninguna regla ni ninguna norma estaban hechas para ella. El caballero, dueño únicamente de su destino, empezó a flaquear. La princesa le prometía eternidad, devoción, una vida juntos, quería que fuera su caballero leal y que librara todas las batallas a su lado. Y él finalmente claudicó ante sus deseos. Hincó rodilla, le entregó su espada  y juró fidelidad hasta el fin de sus días. 

Fue cuando la princesa le pidió que matara al dragón. El caballero ni dudó, cualquier cosa por la dueña de su corazón. Sin titubear cargó contra el monstruo que amenazaba a la princesa y en una lucha larga y desigual, donde tan solo el deseo, el creer en ella y el querer estar a su lado podían equilibrar las fuerzas, perdió la batalla. 

No existía tal dragón, no existía tal batalla, luchó contra un demonio que no vio venir, porque la princesa ya no necesitaba al viejo caballero, un caballero sin tierras ni estatus ni edad para darle lo que ella creía merecer. Ella ya había buscado a su nuevo rey y el caballero sobraba, así que lo entretuvo peleando contra su fantasma mientras ellos huían juntos. Nunca lo quiso a su lado, tan solo buscó la manera de salir de su castillo y librarse de su inexperiencia, y que mejor que la ayuda de un ingenuo caballero quijotesco que lucharía contra molinos que parecían gigantes tan solo con ella se lo pidiera. 

El caballero, maltrecho y herido más allá de la carne, se quedó de rodillas en el charco de sangre  y lágrimas que surgió de pelear contra un enemigo al que no se podía vencer: la mentira y un corazón de hielo. Y allí, destrozado por el "dragón" al que amaba y había amado como a nadie en la vida, finalmente sucumbió. De esa sangre y esas lágrimas surgieron rosas a pedazos y mil historias desgarradoras que seguirán brotando, por desgracia, para siempre, y sin final... feliz día de Sant Jordi.



Este era mi presente, de haberme atrevido. Pero ¿quién se atreve sabiendo que ya no te importa, que no soy ni recuerdo y sabiendo que no es de mí de quién lo esperas, y no es a mí a quien se lo vas a dar? 

De nuevo la rosa, otra vez a trozos, pero estos durarán más que la última vez (quién me iba a decir a mí que lo que fue una idea loca ahora con un lego fuera igual. Bueno, igual no, aquello salió de mi imaginación, aquello fueron horas de trabajo exclusivas para una sola persona, que merecieron un simple "gracias" un día después)

Y el libro, mi libro favorito, como ya sabes. Un libro que, aunque no me cambiara la vida de forma brutal, sí fue un antes y un después en mi formación personal, emocional e intelectual. A todos los que nos gusta leer tenemos un libro fetiche, un referente, uno que nos marca y deseamos transmitir a todas las personas que queremos para que puedan sentir esa sensación a su vez. Esto no es un simple libro, porque te puede gustar más o menos, esto es un gesto alegórico, simbólico: es regalar mis mejores deseos, es regalar una experiencia vital que me marcó, es como regalar un trozo de mí para que tú también lo tengas. 

Soy un pobre desgraciado que nunca deja de soñar, un pobre hombre que lo ha perdido todo pero que, sabiendo que no lo mereces, no deja de desearte lo mejor y de luchar tantas batallas como puedas pedirme. Lo mejor de mí para ti. Si lo quieres, puedes venir a buscarlo, ni el libro, ni la rosa ni yo nos vamos a marchitar.

(Editado: Para el ser más importante de mi vida. Te quiero)





lunes, 15 de abril de 2024

Capítulo 211: Hughie o el Eterno Retorno

Hace un rato acabé de ver el capítulo seis de la segunda temporada de "The boys". Una escena me llamó la atención: The Butcher y Starlight tienen una pequeña conversación sobre Hughie, que está delante de ellos, inconsciente, en la cama de un hospital. Tras reírse sobre su afición a lavarse con champú de niños con olor a fresa ( debo reconocer que yo hice lo mismo hasta hace poco tiempo), Starlight, reflexiva y con cierto remordimiento, dice en voz alta: 

- Pero realmente... nunca se rinde contigo, ¿verdad? 

A lo que The Butcher responde: 

- No, y te sigue a todas partes como un perrito.

Finalmente Starlight replica: 

- Es demasiado bueno para nosotros...

-Sí.

A veces me siento como Hughie. Tengo la sensación de no haberme rendido jamás con nadie que entrara en mi vida. Suelo ser una persona bastante hermética y el umbral de acceso a mi confianza es bastante elevado, pero aquellas personas que lo cruzan lo hacen para siempre. Una vez estás dentro, estás dentro

Y una vez en mi mundo es como si llevaras una pulserita del "todo incluido", como en esos resorts de vacaciones. Todo incluido, o casi todo. Ese privilegio ha correspondido, generalmente, a personas que se han hecho dignas de mi confianza por méritos propios, un círculo de oro inquebrantable, que, a pesar de su solidez, se ha roto en demasiadas ocasiones para mi gusto.

Imagino que encontrar gente así es maravilloso para aquellos que pasan por la vida arrasando todo lo que tocan. Personas que tienen la capacidad de controlar de forma magistral sus conciencias y que pueden permitirse el lujo de exprimir el amor y la confianza de quienes les acompañan para posteriormente cambiar de huésped y volver a repetir el ciclo sin sentir el más mínimo remordimiento. Lo que empieza como una relación simbiótica acaba como un parasitismo donde el individuo fuerte desarrolla su capacidad de supervivencia utilizando al elemento más ingenuo para que cubra sus necesidades básicas y vitales y luego, a otra cosa, mariposa.

Lo que sea para sobrevivir, lo que sea para que el camino sea imparable y exitoso. Poco importa el estado en que quede la víctima: el cuco pone los huevos en otros nidos y una vez sale el polluelo de su cáscara empuja al vacío la puesta original eliminando así toda competencia, la mantis religiosa devora la cabeza del macho al realizar la cópula, el muérdago penetra en la corteza de los árboles y se nutre de su savia y nutrientes hasta la muerte del mismo. En estos casos no hay marcha atrás, pero ¿qué sucede cuando el afectado sobrevive?

Cuando sobrevive, la víctima pierde la esencia de lo que un día fue. Las secuelas y las cicatrices hacen languidecer cada célula de su ser y el resto de la existencia es un deambular errático e inconexo, lejos del vigor y las ganas de vivir que se tuvo en su día. Normalmente el tiempo cura los destrozos del paso de estos huracanes devastadores y aprendes por las malas que debes alejarte de su camino como alma lleva el Diablo. Pero a mí la naturaleza no me dotó con el don del sentido común o con el instinto de supervivencia de los seres vivos. Yo, como Hughie, de forma voluntaria y conscientemente, no me rindo ni me alejo, muero abrazado a mi perdición.

A todas las personas a las que he querido, sea solo de forma afectiva o sentimental, las he intentado mantener a mi lado, indiferentemente de las circunstancias que dieran fin a aquella relación. Mi más que recurrente maldición de no poder olvidar los buenos momentos pero sí enterrar los malos, ha provocado  situaciones donde, incluso siendo yo el agraviado, he seguido dando y haciendo todo por la otra persona. 

He intentado no perder el contacto, he intentado perdonar "errores", he concedido tiempo y espacio de forma inmerecida, he luchado, me he preocupado y empatizado con personas que tuvieron cero arrepentimiento hacia mí por su egoísmo desmedido. Tras años he intentado reencuentros, les he escrito preocupándome por ellas, he insistido más de una vez a lo largo de tiempo a pesar de no obtener respuesta. Las pocas personas que sí respondían me agradecían el gesto y reconocían que no habían conocido a nadie como yo, pero cuando dejaba de insistir volvían a desaparecer para quedar ya definitivamente en el olvido. 

Creo que me falta esa capacidad de pasar página que tienen los demás. Para mí, todos los libros de mi vida tienen un marcador a partir de donde sería capaz de continuar la historia como si la hubiera dejado de leer ayer mismo. No he aprendido a asimilar que la gente cambia, que mucha gente no mira atrás. En sus batallas no se hacen prisioneros y el pasado deja de existir porque de haberlo querido realmente hoy seguiría siendo su presente.    

Pero yo no abandono. No por que no deba, no porque se lo merezca; no abandono porque si un día tuve un motivo para morir por ello, ese motivo seguirá existiendo siempre para mí. Porque me niego a creer que la gente que creía conocer y a quien entregué todo mi mundo, a quien mostré mis debilidades y mis flaquezas, sean capaces de hacerme daño siquiera por omisión. Cuando le dices a alguien que lo dejarías todo ella, que no necesitarías a nadie más a tu lado de aquí al fin de tus días, que solo necesitas una mirada para saltar al vacío porque podrías dejar tu vida en sus manos sin dudarlo un segundo, entonces, solo entonces, la palabra rendición desaparece de tu vocabulario. 

Sí, existen todavía tontos que son (somos) capaces de esto y mucho más. Existe gente que no necesita más que un punto de apoyo para mover el mundo, aunque ese apoyo se hallara en mitad un terremoto. Conocía todas las mentiras, era consciente de ser una cachipolla efímera en un bosque de pinos contadores (Terry Prattchet reference), se que mis 20 veces cada día luchan contra su media vez en 4 meses, y se que el perrito del que hablaba The Butcher en realidad es un perro viejo abandonado en una gasolinera y con su collar colgado ya del cuello de otro perro, pero, ¡por Dios!, por mucho que lo intento no encuentro la manera de rendirme dentro de mí.

Tengo mil motivos, mil desprecios y mil señales. Todo lo que se me pudo hacer me lo hizo, todo lo que más daño podía causarme lo usó contra mí. Noto, al pensar en todo ello (los cuernos, los engaños, los subterfugios insostenibles para justificar cada decisión y cada acto) como mi corazón se desgarra y grita de dolor. Me enfurece y me dan ganas de ahogarme a mi mismo por imbécil, por débil y por pusilánime; por ser un "simp" como dicen los americanos. Pero cuando pasan unos minutos toda esa efervescencia se desvanece y vuelve el Hughie que, aunque es maltratado, manipulado y humillado constantemente, solo desea volver a ser feliz y recuperar a la Luz Estelar de su vida.

No rendirse es duro y agotador, y lo peor, casi siempre es en vano. Seguir adelante cuando no hay esperanza y todo el esfuerzo es inútil es absurdo. Es un punto de la vida donde el resistir se convierte en un ejercicio de resilencia fútil y en un suplicio que lo enturbia todo. El problema es que no podemos evitarlo, ser demasiado buenos no es una decisión, es un acto reflejo, una impronta imborrable que se impone sobre cualquier otra reacción natural que podamos tener. Igual el problema sí que está en todos aquellos que, al detectarlo, lejos de alejarse para no hacer daño estas personas, se aprovechan de la situación y la explotan en su propio beneficio hasta que ya es demasiado tarde y el mal provocado se vuelve inasumible y eterno. Pero qué más les da, ya no están ahí para lidiar con las consecuencias.

Me quiero rendir y no puedo. Pero a su vez solo quiero estar ahí, porque es lo que deseo, quiero verle feliz, apoyarle, ser la red de seguridad que le permita llegar a todo y brillar por encima de las estrellas mientras me coge de la mano y me impulsa a su vez. Quiero que abras los ojos, ser el yang en tu oscuridad, ser tu canario. Quiero no merecerlo, quiero que pienses que soy demasiado bueno para ti; quiero ser tan tan bueno que no puedas permitirte el lujo de perderme.  



miércoles, 10 de abril de 2024

Capítulo 210: Sangre de mi sangre

- ¿Es la primera vez que donas sangre?

- No, ya lo he hecho varias veces, aunque no me gustan mucho las agujas y por eso ya ha pasado algo de tiempo desde la última vez. En realidad me obligo a venir porque se que mi sangre es muy necesaria, es de la rara, y se somos muy pocos.
 
- ¿De la rara?
 
- Sí, de esa que sirve para todos y …
 
- Ah sí, “0 negativo”. Yo la tengo igual, aunque yo la llamo sangre de la buena: nosotros siempre podemos dar a todo el mundo pero nadie nos da a nosotros.
 
- Ya, la historia de mi vida...
 

Fui a donar sangre hace un par de semanas, hacia mucho que no iba. Fue en parte culpa mía, por pura dejadez, y en parte porque ella nunca quería (una red flag tan grande como todas las otras que me comí por perderme en un camino con tantas curvas). El centro había cambiado de lugar, ahora está en un módulo prefabricado, ubicado justo a la salida del metro, colocado allí con la esperanza de atraer a más gente a donar al estar en un sitio más concurrido. Almas de cántaro, los altruistas que solían hacerlo ya casi no pueden debido a su edad y las nuevas generaciones por no dar no dan ni las gracias.

Me habían pinchado mucho en este último año pero al llegar a la camilla pasó lo de siempre. Volví a montar mi espectáculo "pre-punción", un recital de chascarrillos manidos y verborrea incesante derivada de unos nervios que mi enfermera, una señora mayor muy bregada en este tipo de lances, supo aplacar de forma firme y eficiente. Aun y así conseguí hacerle reír un par de veces y es que ella puede que ya hubiera visto de todo en este mundo pero subestimó la capacidad inventiva de un cobarde cuando le van a clavar una aguja en el brazo. Lo más curioso es que esta enfermera también tenía sangre “0 negativo” y cuando le conté que tanto la directora del centro como yo teníamos su mismo tipo y que para ser solo el 9% de la población ya era casualidad que nos hubiéramos juntado allí tres mochuelos de un mismo olivo, ella me dijo de forma seria y algo teatral:

-¿A sí?. Pues lleva aquí 10 años y no ha donado ni una sola vez. Voy a tener que hacerle una visita.

Imagino que series como “Los Soprano” nacen de personas y situaciones como esta porque llegó a helarme la sangre tan solo por el tono en que lo dijo. 
 
Pero como si esto no fuera suficiente, el otro enfermero que trabajaba allí  también parecía sacado de otra serie, más concretamente la que hubiera surgido de un crossover entre “Dexter” y “Crónicas Vampíricas”. Tez blanca, ojos profundos y brillantes, no muy alto, extremadamente entusiasta con su trabajo y siempre saltando de máquina en máquina y de paciente en paciente como si tratara de devolver a la vida a nuevos Frankesteins en un día de tormenta. Así que no fue de extrañar que, cuando una chica joven, de piel clara y cabello oscuro, de paso dubitativo y la viva imagen de una primeriza, apareció por la sala, él cayera sobre la pobre infeliz como un autobús del Imserso cae sobre el buffet libre de un hotel. 

- Túmbate aquí. ¿En qué lado prefieres que te pinche?.
 
- Me da igual. Bueno,igual mejor en el izquierdo.
 
- A ver, remángate, déjame ver ambos brazos. Uy, en el derecho tienes muy buenas venas, qué bonitas. A ver el izquierdo. Aquí también se ven bien, pero las del derecho se ven mucho mejor.
 
- Bueno, pues entonces, si puedo elegir, prefiero en el izquierdo, si te va bien.
 
- Sí claro, se puede pinchar aquí, pero déjame mirar de nuevo el lado derecho. A ver, en el izquierdo puedo hacerlo, pero las venas del derecho es que son preciosas, mira como se marcan. (Mirada fija y sonriente como quien tiene todo el día para esperar que le digan que sí).

- Jajaja... jaja... (risa nerviosa). Sí, ya, pero da igual, si dices que en el izquierdo también se ven, pues en ese. (Se mira el brazo, lo mira a él, se vuelve a mirar al brazo, lo vuelve a mirar a él, sonríe como bien puede). 

- Venga, pues nada, en el izquierdo. (Resignación). Te pongo la goma y vemos dónde te pincho. En el derecho no hubiera hecho casi falta apretar, porque de verdad, no había visto unas así en mucho tiempo.  Vale, listo, vamos haya, respira profundo, solo notarás un pequeño pinchazo y ya está... (Silencio)... No, en serio, ¿seguro que no prefieres...?

La chica me miraba de refilón, nerviosa, como diciendo “pero qué coño… ayuda…”. Así que, para desviar el tema y sacarlo de ese bucle "veno-obsesivo", le pregunté lo primero que se me pasó por la cabeza. Nos llegó a contar que trabajaba por la mañana en el laboratorio, haciendo análisis de sangre, y por la tarde en el banco de sangre, por si no había tenido suficiente dosis de agujas. Acabó confesándonos que le encantaba pinchar pero no que le pincharan. Disfrutaba con su trabajo y no le aburría ni lo más mínimo, a pesar pasarse todo el día haciendo lo mismo, cosa que nos habíamos empezado a oler hacia rato y que empezó a preocuparnos por el hecho de que nosotros estábamos atados a esas camillas y él no. Ya no sabíamos ni donde mirar. Al final no pude reprimirme y le acabé soltando:

-Entonces tú, cuando ligas con una chica, ¿qué le dices: "Me encantan tus ojos pero... buf, esas venas, Dios como me ponen?". 
 
Se puso a reír y a la chica no le quedó otra que girar la cabeza para contener la carcajada. Al final mi bolsa se acabó de llenar. Aquello parecía una bota de vino a punto de reventar. No sé por qué pero me vino a la mente las panzas de esos mosquitos a los que "dono" sangre 400 veces cada verano y que apuran hasta la última gota para acabar pareciendo morcillas con alas. 
 
Era hora de marchar. Me supo mal dejarla en manos de ese psico hemato-belonefílico pero era ella o yo. Al abandonar la sala de pinchazos pude ver, en la distancia y mientras me despedía, como intentaba decirme con la mirada "corre tú que puedes". Antes de salir definitivamente de aquella casa de locos y mientras me ponía tibio a base de zumos de piña, vi al enfermero peleándose con una máquina que pitaba como si el reactor de Chernobyl estuviera a punto de fusionarse para, más tarde, ponerse a ver un tutorial de Youtube y conseguir aprender a envasar al vacío una bolsa de plasma de un hombre que llevaba allí media tarde y al que no les iba a quedar más remedio que tener que adoptar. Pensé, ¿y en tres meses debo volver por aquí?. Ni tan mal oye.

Cuento todo esto porque a raíz de mi donación hoy he recibido un mensaje al móvil. Decía que mi sangre se ha enviado al Hospital Vall d' Hebron para un paciente y me daban las gracias. He estado pensado en ese pobre desgraciado o desgraciada. Desde este momento lleva una pequeña parte de mí. Mi idiosincrasia corre por su venas, infectando ya todo su cuerpo. Desconozco su vida y sus circunstancias, aunque obviamente no serán las mejores si está en la cama de un hospital y ha necesitado una transfusión, pero pienso en lo que implica la putada de que mi sangre esté corriendo por sus venas. ¿Se pegará el destino?. ¿Desde hoy notará la mala leche que me invade cada día?. ¿Notará la pena, el cansancio, la ira contenida, la impotencia, la mala suerte congénita y el desaliento que forman parte de mi vida desde hace casi un año a esta parte?. ¿Odiará como odio yo el sentirse tan solo, tan insignificante, el vagar por la vida como un alma en pena atrapada en el limbo, sin nada que haga que la sangre vibre o corra desbocada y que en su lugar solo hierva por los recuerdos, las mentiras y el abandono inmisericorde?. Quiero pensar que mi sangre puede salvar vidas y no volverlas más pesadumbrosas.

Desde hoy somos colegas de penares, por fin alguien conoce de ciencia cierta qué estoy pasando. Ahora tengo otro hermano u hermana de sangre. Espero que, si alguna vez se cruza con ella por la calle, un algo irracional le haga sentir rechazo y antipatía, como cuando un perro gruñe al percibir una amenaza en el ambiente, que mi sangre haya servido de detector de ingratos. Ojala me hubiera servido a mí, ojala no hubiera acallado todas las señales y advertencias que zumbaban en mi cabeza, ojala hubiera sabido que todo tiene un precio. La vida te da regalos mágicos pero luego se los cobra, vaya si se los cobra, lo estoy pagando con sangre y lágrimas. Lo peor, volvería a hacerlo.
 
 
 
PD: Hoy tuve visita de control de mi clavícula. Sorpresa, palabras textuales: "Lo que a ti te ha pasado no suele ser muy normal, una hebra se ha quedado enganchada a la placa que llevas, tendremos que quitártela y volverte a operar, para ver si se suelta, pero no antes de septiembre". Un año con dolor de clavícula y músculos del brazo para luego a volver a empezar. Hipotecado otro año, otro sueño que se esfuma. No gano para pagar facturas vitales. Ni un respiro, ni un plan intacto, ni un golpe de suerte. Aposté todo al verde y ha salido el rojo sangre y en negro oscuridad. Desafortunado en el juego y desafortunado en amores. Joder, ¿qué será lo próximo?.