miércoles, 31 de diciembre de 2025

Capítulo 256: LA MUJER (THE WOMAN)

A veces, por vicisitudes de la vida, uno tiende a recordar algunas fechas con una precisión especial. La cuestión es que yo, siendo un negado en esta faceta en especial, sí tengo marcadas al menos tres que cambiaron mi vida para siempre. Literalmente. 

La primera, un 12 de mayo, a las 10:15, que es el día y la hora en que nací. Otra, un mediados de marzo de 2015, posiblemente el día 15 o 16, sobre las 12:00 y algo, que fue cuando una enfermera, en un acto de piedad o de inconsciencia, o simplemente resultado de su rutina de trabajo, me dijo que mi madre iba a morir. La siguiente fecha fue un 12 de mayo de 2015, a las 15:14, el momento en que dejo de estar con nosotros. Finalmente, a todas estas fechas, se unió hace poco otra, también negativa, que sucedió un 29 de diciembre a las 14:27. Esta vez, mi mundo salto por los aires con un mensaje y, como en las otras ocasiones, no puede más que sufrir ese dolor en silencio, derrumbándome como un castillo de naipes mientras continuaba con mi vida aparente, aunque carente de todo sentido. 

Antes de ayer, a las 14:27, veía el episodio que considero más redondo de la historia de todas las series. Ya hablé de él años atrás, pero en su momento tenía otro sentido. Quiso la casualidad o tal vez el destino el que volviera a enlazar dos momentos de mi vida pasada en un mismo instante. Es el episodio de "Escándalo en Belgravia" de la serie "Sherlock". En él explican cómo un Sherlock engreído y confiando en sí mismo cae cautivo a los pies de una mujer que le hace perder el sentido y lo transforma en una marioneta enamorada capaz de hacer todo lo que ella le pida. La mujer es LA MUJER, con mayúsculas, una clase de persona que conoces solo una vez en la vida y que es capaz de paralizarte con su sola presencia. Una mujer con un magnetismo especial, con un poder que va más allá de lo racional, que, como un caballo de Troya epopéyico, se infiltra en ti, te invade, te desarma y acabas rendido y conquistado mucho antes de que te des cuenta de lo que acaba de suceder. Una mujer que te conoce más allá de lo que tú jamás llegarías a conocerte, un ser que al que debieras temer, pero ante el cual no puedes resistirte, porque cualquier resistencia ante ella es en vano. En vano porque, aun sabiendo que no debes y que es un error, correrías hacia ella ciegamente, aunque eso implicara lanzarte a los brazos de la Muerte, aunque ardieras en llamas y ella no fuera más que fuego y perdición. Porque cuando te cruzas con alguien con mayúsculas no hay cabeza, ni instinto de supervivencia, ni voz divina que consiga hacerte cambiar de parecer. Cuando miras a los ojos de alguien así, estás perdido para siempre. 

Ese episodio coincidió con ese día, con esa hora. Muchas veces pienso que nada de aquello fue real, que solo era un juego de LA MUJER para salirse con la suya. Que el amor no estaba en su ecuación, que solo tenía un propósito, un juego minuciosamente planeado para conseguir un objetivo mayor, como hizo Irene Adler. Jugó con Sherlock, lo hizo sentir un pelele, un títere en sus manos, y cuando hubo acabado con él, lo tiró a la basura, sin remordimientos. Fue de una forma fría, impersonal, sin mostrar más sentimiento que una superioridad moral al haber vencido a un hombre que se creía tan inteligente y seguro de sí mismo. 

Pero como Sherlock, yo también hice una cosa: yo también le tomé el pulso

Se pueden fingir muchas cosas, pero no el amor. A ella también se le aceleraba el pulso, se le dilataban las pupilas. Ella también se dejó llevar por los sentimientos, lo sé. A pesar de todo, ella también desapareció, dejaron de llegar los mensajes. Se esfumó, igual que Irene. Igual LA MUJER era demasiada mujer para lo que le podía ofrecer. 

Han pasado ya varios años y, como en ese episodio, también hubo un mensaje final el día de ese aniversario. "Adiós, Sr. Sherlock". Ese debería haber sido mi mensaje, eso llevaba planeando desde hace ya algún tiempo. Pero me limité a no responder. Igual es porque yo no soy un detective que lo sabe todo, igual es porque pienso demasiado y ya no controlo ni mis pensamientos. O tal vez es porque ella no es la mujer con mayúsculas, la dominatrix que fue capaz de poner de rodillas a un engreído listillo de pacotilla, y no supo calcular las consecuencias. Igual es porque, al final del juego, también se dio cuenta de que pudo haberse equivocado y que, algunas victorias, con el tiempo, al final no son más que  derrotas disfrazadas. Pero tal vez, si no he respondido, es porque aunque no sea LA MUJER, para mí sí es la mujer, y no sé renunciar a ella.

Sigo sin ser capaz de poner fin a todo esto, porque en días como hoy me doy cuenta de que no quiero a nadie, que nadie me importa lo suficiente, pero cuando alguien me pregunta con quién te gustaría compartir los últimos minutos del año, solo me viene un nombre: su nombre sin mayúsculas.