miércoles, 31 de octubre de 2012

Capítulo 116: Volver, volver...

Volver. Resulta curioso como, en esta vida, cuesta tan poco irse y es tan insufriblemente difícil volver. Es una regla de tres, nunca mejor dicho, con una gran incógnita a resolver. Dejas algo, sin más, basándote en un sin fin de motivos, sea desidia, cansancio, aburrimiento, rutina, desconocimiento, aires nuevos, giros radicales del destino, gilipollez supina o pajas mentales de tercer grado, mil tonterías que te llevan a un "ya está, hecho", y luego a verlas venir.

Dejas algo, pegas un bocado a ese lado de la vida, pero como la decisión ha sido tuya, tienes la conciencia tranquila (o por lo menos lo suficiente como para que no te atormente día y noche ya que la has comprado a base de fantasías y promesas, mas o menos creíbles, con las cuales tendrá que apechugar tu yo del futuro, y no tu yo del presente ).  Borras de un plumazo esa costumbre, esa pieza de tu rompecabezas y sigues adelante porque has hecho lo correcto. Porque lo has hecho. Sí, seguro, lo correcto.

Del todo.
Definitivamente y convencido.
Lo correcto.
Que sí, de verdad.
¿Quieres dejar de preguntártelo de una vez?

Sea como sea, esa pregunta perdura en la mente lo que tardas en rellenar ese vacío, esa vacante en tu día a día, aunque está claro que ese hueco tenía ya candidato seleccionado con antelación, porque aquí, improvisaciones, las justas. De todas formas, el virus de la duda suele hacer estragos más allá de lo esperado, con lo que has de tomarte una pastilla al día durante una buena temporada. ¿Que qué pastilla es la mejor para estos casos? Da igual, pastillas de aire, de caramelo, es lo mismo. Aquí lo que importa es la dosis, no el componente. Lo que te estás tomando es tiempo, sin más, y ya se sabe, el tiempo lo mata todo.

Yo esta semana decidí volver. No a ser yo mismo por dentro, que ahora me cuesta horrores, sino a ser un poco más yo mismo por fuera, que cuesta otro tipo de horrores, aunque mucho más llevaderos. Esta semana volví al gimnasio.

Son decisiones extrañas, lo sé. No es 1 de enero, día oficial de los PII (Propósitos Imposibles e Improbables), ni hay vecina nueva a tiro de ventana a quien impresionar. Fue una decisión no alevósica y poco premeditada, de carácter sospechoso incluso para conmigo mismo.¡Y sapristis, cómo cuesta volver!. Rectifico. ¡Sapristis, cómo cuesta volver CON DIGNIDAD!

Amante extraño, este tal gimnasio. Es como un amor imposible, no del todo adictivo, pero al que vuelves una y otra vez porque sabes que es salud para los sentidos. Me trata mal, me tortura, me exige y mira con ojos críticos, me hace sudar y sufrir, maldecir en lenguas que ignoraba conocer, pero al final me acaba regalando un breve instante de autosatisfacción. Breve, muy breve, pero este el sino de los hombres, momentos de felicidad más que efímera.

Llegué como un pelele, como entraría un intelectual en Azeroth. Erré la contraseña, tuve que preguntar cómo funcionaba ahora, el detector no reconocía la huella de mi dedo y no me quedó más remedio que dejar pasar a los que venían detrás para no acabar montando una conga en la entrada.

Luego recordé que era el gimnasio en esencia. Ya no hablo de la pasarela Cibeles Choni Week en la que se ha convertido (al parecer debo ser el cateto del lugar por no ir con deportivas última moda, tatuajes viriles de civilizaciones perdidas o dragones amenazadores, pantalones fashion chandaleros y camisetas de pornostar ajustadas, con tirantes y marcando escote y pezón a lo braille). Hablo del monopolio que han impuesto la facción Anabolizantes al Poder, estableciendo zonas protegidas contra tirillas como yo.

A mí me dejan el espacio justo que dejan a los moñas que solo van a coger fondo con las bicicletas estáticas y las cuatro máquinas de pesas con sistema levanta-fácil. El espacio de mancuernas, bancos, suelo de corcho y espejos arround-the-world es territorio cachas. Aún así resulta curioso como cualquiera de ellos podría alardear de ser el macho alfa del lugar pero luego, cuando hacen sus series mirándose al espejo, están pegados uno a otros, gimen como perras en celo y se saludan con una serie de toqueteos que más de un juez lo podría calificar como acoso sexual.

Sí, yo sufro en mis propias máquinas inquisiatoriales. Una que jode de mala manera es la bici estática vertical. El regulador de altura no está hecho para tíos que miden justo lo que yo. El agujero que se queda corto me hace pedalear como sí montara en triciclo de payaso y parezco tonto, y si pongo el asiento en el agujero de más me obliga a pedalear de puntillas para no dejarme los huevos en el sillín, que dejar, me los dejo.

También entiendo que las máquinas de gimnasio de pueblo no sean un prodigio de la comodidad, pero hacer los asientos de sky con el mínimo exigible de espuma por dentro es putear, no tiene otro nombre. Me imagino que lo hacen para que nadie se acomode en ellas y haya una alta rotación de gente, pero yo me aburro tanto con algunos ejercicios que acabo perdiéndome en mis pensamientos y más de uno debe pensar que formo parte del mobiliario, allí sentado mirando embobado a la nada.

Tampoco es un lugar para regalarte los ojos, de haber conocido este biotopo, Darwin, hubiera pasado de las tortugas e iguanas de las Galápagos y hubiera venido aquí a escribir "La involución de las especies polideportivas". Apenas hay una mujer a la hora que voy, y lleva en la máquina de rebajar culo desde que la ví la primera vez, hará cosa de dos años. Está siempre allí, dale que te pego. Tiene un pandero que de no ser por la prohibición de celebración de corridas de toros en Barcelona, José Tomás estaría cortando en él orejas y rabos a mansalva. Quiero pensar que le está funcionando, no quiero imaginar que pasará el día que se deje llevar.

Lo único que me gusta de verdad es nadar, pero llegar al agua es otro via crucis. Entre el fresquito de la época, la fauna autóctona y los pasillos árticos previo reciento acuático, las ganas se van volando. De todas formas, es complejo volver a nadar. Tras casi medio año sin pegar una brazada me siento como un chivato de la Cosa Nostra con zapatos de cemento, algo me tira hacia el fondo.

Antes nadaba, el agua me impulsaba, acortaba la distancia entre continentes. Ahora me absorbe, me chupa como si alguien hubiera quitado el tapón de la piscina, doy la voltereta en plan profesional para cambiar de sentido y salgo en direcciones aleatorias poco recomendables y sin gota de aire. Intento llegar de nuevo al final del carril y los tres primeros intentos son brazadas, el resto son aporreos del agua inconexos como si espantara pirañas asesinas. ¡Joder con el volver!

Al final salí del gimnasio pensando que tiempos pasados fueron mejores. En eso y con otra conclusión que no puedo evitar hacer en voz alta: las recepcionistas rebosan por ambos lados de la silla donde se sientan, la señora de la limpieza lleva el bote de la lejía y diversos trapos orbitando a su alrededor, el socorrista luce un flotador de serie allí donde deberían tener abdominales y uno de los monitores de sala de musculación es más tirillas que yo. Contando que solo se salva el profesor de spinning y otra monitora más, el departamento de marketing se está luciendo vendiendo las virtudes de sus servicios a través de sus empleados.
¿Demagogia? Puede. ¿Qué allí debe pensar eso hasta el Tato?. Segurísimo.

Cuesta mucho volver, cuesta mucho retomar viejas costumbres, viejos hábitos. Cuesta no pensar que tal vez fueran mejor en su momento, porque la memoria es traicionera y selectiva. Volver no es un error si se vuelve para bien, pero ha de valer la pena. Para vencer a los grandes retos y a las grandes dificultades hay que tener buenos motivos y pasionales ambiciones.

Volver por añoranza o melancolía es un error, volver por convicción, un gesto de madurez. Volver para ver que pasa, un capricho, volver para ser mejor, un ejemplo de superación. Volver una vez, aprender de los tropiezos del camino, volver dos, asegurarte una hostia monumental. Volver por volver, tontería, volver porque no te fuiste, es un poco menos volver.

Porque quien no se fue del todo, nunca ha dejado de estar. Porque no hace falta irse para poder volver.


Frase del día: "Tras innumerables años siendo fiel a mi chicos, toco el momento de marchar. Ranarossi, Shh, Billpuerta, Aleyo, Renegado, Libretilla, Âl, Yugulum, Dosh y Noserastu, nos volveremos a ver" (Al - ¡Por la Horda!)
-No uno siempre quiere marcharse, pero importa poco si lo primero que se hace es contar los días que quedan para poder volver. ¿Y tú pishilla, Torre de Arena, volverás?