Sant Jordi era un caballero sin reino, un vasallo sin rey, un hombre sin reina. Vagando por tierras inhóspitas y buscando un motivo por el que morir, encontró a una princesa. Una princesa inocente y desvalida, ligada a una tierra de mala raza. Quuería volar aunque algo lastraba sus alas. Siempre encerrada en su castillo se moría de ganas por vivir mil aventuras y vio, en el caballero de armadura deslustrada, la oportunidad que llevaba esperando durante toda su corta vida.
El caballero, haciendo honor a su título, ejerció como tal. ¿Quién no lo daría todo por liberar a una pobre dama de la que era su prisión en vida?. Le abrió las puertas de su humilde mundo; le enseñó a cabalgar, le descubrió las mejores posadas, puso a su pies su conocimiento, habilidades, alma y corazón. Incluso le llevo a lugares sagrados para él y le mostró secretos que jamás había desvelado. La princesa, aparentemente inexperta en estos lares, se dejó llevar. Pero era una princesa con unas ansias de “vivir” desbocadas. Nada le impedía cumplir sus deseos, ninguna regla ni ninguna norma estaban hechas para ella. El caballero, dueño únicamente de su destino, empezó a flaquear. La princesa le prometía la eternidad, devoción, una vida juntos. Quería que fuera su caballero leal y que librara todas las batallas a su lado. Él finalmente claudicó ante sus deseos; hincó rodilla, le entregó su espada y le juró fidelidad hasta el fin de sus días.
Fue entonces cuando la princesa le pidió que matara al dragón. El caballero no lo dudó, cualquier cosa por la dueña de su corazón. Sin titubear emprendió su búsqueda y cargó contra el monstruo que amenazaba a la princesa. En un enfrentamiento largo y desigual, donde tan solo la fuerza del deseo y del querer estar a su lado podían equilibrar las fuerzas, el caballero luchó a alma descubierta, pero acabó perdiendo la batalla.
La cuestión es que nunca existió tal dragón y no hubo tal batalla. Luchó pero contra un demonio que no vio venir, contra un enemigo equivocado. Porque en realidad no había nada: la idea fue que princesa ya no necesitaba al viejo caballero, un caballero sin tierras ni estatus ni edad para darle lo que creía merecer. Ella ya había buscado a su nuevo rey y el caballero sobraba, así que lo entretuvo peleando contra su fantasma mientras los nuevos amantes huían juntos. Nunca lo quiso a su lado, se cansó de él pero le faltó valor para decírselo mirándole a los ojos. Tan solo había buscado la manera de salir de su castillo y librarse de su inexperiencia, y que mejor que la ayuda de un ingenuo caballero quijotesco que lucharía contra molinos que parecían gigantes tan solo porque ella se lo pidiera.
El caballero, humillado y maltrecho más allá de la carne, se quedó de rodillas, paralizado, en el charco de sangre y lágrimas que surgió de pelear contra un enemigo al que no se podía vencer: la mentira y un corazón de hielo. Y allí, destrozado por la princesa a la que amaba y había amado como a nadie en la vida, finalmente sucumbió a la oscuridad y a la pena. De esa sangre y esas lágrimas surgieron rosas a pedazos y mil historias desgarradoras que seguirían brotando con el tiempo, para siempre, y por desgracia sin un final... feliz…día de Sant Jordi.
Este era mi presente, de haberme atrevido. Pero ¿quién se atreve sabiendo que ya no te importa, que no soy ni un recuerdo y sabiendo que no es de mí de quién lo esperas, y no es a mí a quien se lo vas a dar?
De nuevo la rosa, otra vez a trozos, pero estos durarán más que la última vez (quién me iba a decirme que lo que fue una idea loca ahora con un lego fuera igual. Bueno, igual no, aquello salió de mi imaginación, aquello fueron horas de trabajo exclusivas para una sola persona, que merecieron un simple "gracias" un día después).
Y el libro, mi libro favorito, como ya sabes. Un libro que, aunque no me cambiara la vida de forma brutal, sí fue un antes y un después en mi formación personal, emocional e intelectual. A todos los que nos gusta leer tenemos un libro fetiche, un referente, uno que nos marca y deseamos transmitir a todas las personas que queremos para que puedan sentir esa sensación en sus propias carnes. Esto no es un simple libro, porque te puede gustar más o menos, esto es un gesto simbólico: es regalar mis mejores deseos, es regalar una experiencia vital que me marcó, es como regalar un trozo de mí para que tú también lo tengas.
Soy un pobre desgraciado que nunca deja de soñar, un pobre hombre que lo ha perdido todo pero que, sabiendo que, aunque no lo merezcas, no deja de desearte lo mejor y de querer luchar tantas batallas como puedas pedirme. Lo mejor de mí para ti. Si lo quieres, puedes venir a buscarlo, ni el libro, ni la rosa ni yo nos vamos a marchitar.
(Editado: Para el ser más importante de mi vida. Te quiero)
No hay comentarios:
Publicar un comentario