Este año he aprendido que, tristemente, los muertos ya no están, ya no existen. Solo son un puñado de cenizas debajo un árbol o dentro de una bolsa en un pequeño baúl. Son recuerdos imborrables, pero el verdadero esfuerzo debe ser para los vivos. Lo siento, mama.
He aprendido que familia no siempre es lo más importante. A veces se olvidan de que existes, otras son capaces de hacer lo impensable por echarte de sus vidas. Es una lección dura de aprender, pero hay que asimilarla. Ya han pasado 10 años donde la noche que solía ser la más feliz de nuestras vidas la paso solo o lejos de los que son verdaderamente míos.
He aprendido una sabia lección que Robin Williams dejó
plasmada en una frase: “Pensé que la peor cosa en la vida es estar solo. No lo
es. La peor cosa en la vida es estar con gente que te hace sentir solo”.
He sido consciente de que el segundo peor año de mi vida
tiene mucho en común el peor año de mi vida: perder algo a alguien realmente importante
en tu vida. Echo de menos a esas personas, pero creo que he descubierto que lo
más echo de menos es la sensación de sentirme querido, importante. Todos
necesitamos cariño. Yo lo necesito para ser feliz, para poder con todo lo demás.
He descubierto que los sueños no se cumplen, que solo son maldiciones que te recuerdan aquello que deseas y no lograste alcanzar. Son anhelos incumplidos, es la película que tu mente te hace ver, noche tras noche, para recordarte lo que no tienes en la realidad. He tenido muchos sueños así, por eso que sé lo que quiero, pero ¡joder! duele mucho asumir que nunca llegará.
He aprendido a que en la vida hay que apostar por aquello
donde la suerte intervenga lo menos posible. Debo centrarme en cosas que
dependan solo de mí y de mi capacidad como persona, no del destino. La suerte me esquiva, debo aprender a vivir sin ella, a luchar el
doble, a ganármelo a pulso y sin ayudas.
Me he dado cuenta de que ha pasado un año, pero en mí no ha
pasado ni un día. El olvido se ha olvidado de mí y vivir así una tortura. Debo
pasar página, como sea, porque es urgente vivir, como decían nuestras camisetas. Ella tomó
nota, yo no.
He aprendido que las expresiones “para siempre”, “no quiero que nunca te vayas”, “solo quiero estar contigo”, “nunca me olvidaré de ti” son expresiones vacuas, no tienen valor. Debía haber aprendido hace tiempo que nada es para siempre y que las personas ya no tienen honor. Una promesa se puede incumplir, una mentira no tiene coste, joder la vida de la gente sale gratis. Otro año más que mi inocencia me la juega.
He aprendido a vivir sin lo que más me gusta, he aprendido a
tener resiliencia, a intentar contener mis frustraciones y convivir con la
impotencia y el desasosiego. Me he puesto retos para ponerme a prueba, como
dejar el azúcar de forma radical y así endurecer mi camino. Quiero una catarsis
por la vía del sufrimiento. Debo perderlo todo para hacerme fuerte, para no volver
a sentirme expuesto y frágil. Quien pasa con lo mínimo cae desde menos arriba.
He descubierto que lo que tantos años me hizo feliz ahora ya
no me hace sentir igual. Todo lo que tocó se ha marchitado y está corrompido. No
solo he perdido la brújula, he perdido los lugares y el camino. No he vuelto a
poner un pie en su letra “E”. Debo renovarme o morir, pero no ha sido justo, se
jugó siempre en mi campo.
He aprendido que no se puede recuperar lo que no fue nunca
tuyo.
He descubierto que puedo lograr lo que me proponga por mí
mismo. Aprobé el curso que decidí hacer, he entrado en la nueva etapa que me
marqué como meta. También he descubierto que ganar sin tener con quién
realmente celebrarlo es peor que perder con alguien que siente y te abraza en
tus derrotas.
He vuelto a recordar que la gente está de paso. He conocido
este año a más personas de las que conocí en los 7 anteriores y se fueron como
llegaron. No me molesta y no me importa porque esta lección ya la tenía aprendida,
porque me daba igual y ya que sabía que pasaría. Me apena que la vida sea esto, gente que
pasa como pasa el paisaje por la ventanilla de un tren o como las hojas por la calle en un día de
viento. Igual soy yo, pero ya no lo sé.
He aprendido que la pena se debe llevar por dentro, porque la
gente no quiere saber cómo estás y nadie recordará tu dolor a la mañana siguiente. Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Prefiero dar rabia que dar
pena.
No he aprendido a olvidar, ni a desmitificar, ni a pasar
página. Sigo esperando a que pase algo y es el peor error de este año y, me temo, que del
siguiente. Ojala pase algo que te borre de pronto.
He reaprendido a no sentirme mal si algo no me sale bien.
He aprendido a saber que no soy capaz de recordar la fecha de un aniversario, pero sí la fecha de una pérdida. Imagino que la felicidad se vive de una forma inconsciente y gozosa, pero la pena se recuerda a sangre y lágrimas.
He sido consciente de que si quieres que algo se haga, hazlo
tú, y si quieres que algo se arregle, cede tú. Imagino que soy el eslabón más débil,
veremos que pasa cuando se cambien las tornas.
He vuelto a conocerme en lo personal. Soy capaz de levantar las manos y rendirme, y de marcharme en silencio, sin batallar y sin quemar Roma, sin que la derrota salga más cara para quien venció que para el vencido. Puedo ser la persona más cruel, insensible y destructiva del planeta, pero un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Sé hacer muchísimo daño, pero soy demasiado sensato como para permitírmelo.
Estoy aprendiendo a gastar mi dinero en el hoy, no en el
mañana. No voy a permitir no disfrutar de los caprichos que me merezco.
Me estoy reconciliando con la música.
He leído muchísimo este año, no sabes lo orgullosa que
estarías de mí.
No he aprendido a vivir sin ti.
Feliz 2025.
(Dos fechas, dos vidas.)