sábado, 30 de diciembre de 2023

Capítulo 164: Joder, menuda hostia

 ¡Qué golpe! Menuda hostia. Nada más recibirla pensaba que no había sido nada. Me quedé sentado haciendo una valoración de daños. No dolía, estaba en el suelo pero era como si hubiera salvado todos los muebles por puro milagro. Luego empece a entender, algo no iba bien. 

Volví a mirar lo que había pasado. No es posible, había hecho ese recorrido infinidad de veces en los últimos siete años, ¿cómo había podido ocurrir?. Conocía el badén, conocía el camino que transitaba, creía conocer el vehículo que me había llevado hasta allí, habíamos hecho mil viajes juntos.

Pero esta vez, cuando más confiado estaba, cuando mejor preparado creía estar para conseguir mi objetivo, poder hacer aquello sin cansarme y sabiendo gestionar las subidas y controlando las bajadas, sin ir a lo loco ni sin frenos, llegó el golpe que acabó con todos mis sueños de este y próximos años.

¿Quizás la bicicleta era demasiado pequeña?, ¿ ella pensaba que para ella el que era muy grande era yo?. Para mí no era cuestión de tiempos ni tallas, para mí era una bicicleta ideal para crecer, coger fondo, para recorrer todos los caminos, fueran lisos, escarpados, llenos de piedras o peligrosos por todos esos vehículos que se cruzaban sin importar pasar demasiado cerca. Qué más da qué pensaran los demás, llegué a adelantar y llegué más lejos que mucha gente que se cruzó conmigo en la carretera, perfectamente pertrechados, con una apariencia de auténticos viajeros al lado de mi básica y parcheada apariencia. Juzgar el libro por la portada. 

No era mi primera bici, tuve con la que aprendí a pedalear, la que me metió el gusanillo del amor a este deporte y que acabaron robándome, tuve bicicletas que parecían ideales pero nunca acabaron de hacerme sentir cómodo, y finalmente esta, que no era mía pero por la que no la hubiera cambiado por nada de este mundo.

Cuando me caí ella estaba intacta, todo el golpe me lo llevé yo. Empezó a llegar el dolor, me mareaba, pero lo primero que hice fue volver a intentar subirme a ella. Todo empezó a moverse, nada encajaba en mí. Me repelía. Me quede sentado agarrotado en el suelo, sin respiración. Pensé: no, no, no. Acabé gritando porque más allá del dolor que empezaba a recorrer mi cuerpo, lo que me dolía era el corazón, porque mis sueños se evaporaban, mi futuro. Estaba roto, más roto de lo que podían ver en mí. La radiografía solo mostraba una fractura, “señor, no hay que operar, se curará solo con el tiempo, el 90% de los casos la rotura suelda sin más”. 

Pero yo sabía que no, que no había sido una hostia normal, mi interior estaba completamente destrozado, hecho añicos. Y así ha sido.

Pedí ayuda, quise que sanaran mi dolor, a la única persona que podía hacerlo. Apenas me dedicó unos instantes, fríos, distantes, como si pasara cada día, con un desapego del que hace y ve esto cada día pero sin sufrirlo. Alguien herido y roto quiere saber que eso va a tener solución, quiere tener esperanza y saber que, tras los momentos duros, todo se arreglará. Le dije que lo peor era que no podía dormir, que el dolor me estaba impidiendo ser persona, que no sabía que iba a hacer. Le dio igual. Me largó como quien ve pasar el desconocido mundo a su alrededor. Indolente.

Y aquí estoy, sin saber como seguir adelante. Llevo un año de mucho dolor, de esfuerzos titánicos sin su correspondiente compensación, pero tenía mi bicicleta para ser libre. 

Me duele mucho, me va a dolor infinito, porque noto la cicatriz en mi cuerpo y palpita. Quizás debí hacer caso a ese chirrido que me indicaba que la bicicleta me estaba diciendo algo, pero ¿quién escucha cuando es absolutamente feliz haciendo lo que hace?. Tal vez la culpa fue mía, por tomar decisiones erróneas, haber pasado aquel badén por encima en lugar de esquivarlo. 

Pero me siento engañado, dicen que esa bici desde el principio no era para mí ni nunca lo hubiera sido, lo sabía y yo no. Yo me esforcé en aprender a comprenderla, en estar física y psicológicamente listo para el reto, a pesar del tamaño. Y de un día para el otro escupido en la cuneta y se acabó, ahí te quedas. Ahora solo quedan marcas en el suelo, y cicatrices y nervios cortados de cuajo que seguirán sintiendo porque esto va más allá.

Y dolor. Y el frío absoluto. De lo único que no queda nada es de esperanza. Quiero morir, no hay futuro. La pared.

No hay comentarios:

Publicar un comentario