Every bond you break, every step you take, I´ll be watching you.
Las sombras de invierno este año son particularmente más largas y oscuras de lo normal. Parece como si todos los males vinieran juntos y Diosito, recién despierto de su letargo de no mover un meñique por la humanidad, hubiera decidido que era una gran momento para ponerme una prueba bíblica al estilo de Abraham y así atestiguar mi fe (o cordura mental) pero sin ejecuciones familiares o practicar escalada a algún monte perdido.
La cuestión es cuando creía que no se podían aprender más maneras de hacer añicos un corazón o reducirlo a una masa viscosa y quejumbrosa, el destino se reinventa y te sorprende dando un nuevo salto mortal con triple tirabuzón y peineta final para dejarte, como dice mi sobri, con cara de: guaaat?. ¡Parkour!.
He aprendido, por las malas, que el corazón es como un capitán Francesco Schettino al mando del buque Costa Concordia de tu vida. Él, de forma autónoma y basado en sus propias premoniciones y pálpitos (nunca mejor dicho), puede decidir incondicionalmente que el jefe de máquinas de tu cuerpo (el cora) meta la velocidad de crucero aunque aquel arrecife que se ve claramente desde la proa esté peligrosamente cerca.
Que un corazón esté casi muerto y solo funcione un 15% de él no implica que su velocidad de latidos no pueda ser demencial. Una cosa es su fuerza y otra su capacidad de ordenar, mediante impulsos eléctricos, el ritmo de palpitaciones por minuto. Conclusión: un corazón regula el número de contracciones en función de las necesidades puntuales del sujeto, de las amenazas o estímulos que pueda recibir. Es decir, es un auténtico kamikaze que funciona a base de “corazonadas”, que igual te salvan la vida como te llevan “pel camí del pedregar” con pase vip y carril preferente a Pueblo Tumba.
Es por eso que empiezo a entender por qué mi vida ha sido un auténtico caos de valoración de riesgos, de toma de decisiones y conclusiones extraídas. La cabeza solo asesora y tiene la función de almacenar datos para futuros “te-lo-dije”. Es el corazón el que lo mueve todo, el que decide.
En el caso que me atañe estos días, el corazón quemado del todo de mi padre ha estado mandando sobre un DAI (desfibrilador automático implantable), un aparato de última generación casi nuevo de trinca. Cuando se dice que un corazón combativo y cabezón lo puede todo es que es así: a base de mandar impulsos eléctricos más fuertes ha dejado a la máquina callada y a rebufo. Empiezo a pensar que sí va a ser verdad que voy tener más genes de esta parte de la familia de los que deseaba. Lo malo: ser así casi lo mata.
Cada movimiento que haces. Hoy mi corazón ha vuelto a latir por libre, desoyendo una semana de desconexión. He visto la señal, el intento de hacer ver que si estoy mal es por la herida. Claro que es por la herida, pero no por la que te crees, porque cada movimiento que haces lo que provoca es que la me duela no sea la operada, sino la otra. (Pom pom).
¿Mi? corazón también naufraga. El capitán de mi Titanic solo vio la punta de iceberg y aun así tiró recto, como hacen los inconscientes. Voy zozobrando lentamente pero la orquesta sigue tocando al son de mis latidos, que siguen siendo fuertes pero sensibles. La brecha en el casco es grande, pero cada movimiento que haces, cada paso que das, ahí estoy yo, sintiéndote.
La tabla es suficiente ancha para los dos, y este Leo que soy yo no le tiene miedo al veintiséis. Hazme un hueco, anda, no dejes que me hunda.
(Pom pom, pom pom).
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