sábado, 24 de agosto de 2024

Capítulo 238: El precio

Los errores se pagan, pero hasta que no ves el precio definitivo nunca piensas si han salido más caros de lo que llegaste a imaginar. Porque todos sabemos cuándo estamos cometiendo un error y tan solo ponderamos, de manera aproximada, el coste de ese desliz con la esperanza de que el resultado final sea asumible.

La cuestión es que, a veces, los errores se cometen en compañía. Ambos sopesan sus circunstancias, lo que se pueden permitir y su capacidad de resiliencia ante un destino de dudoso desenlace. Supuestamente hablamos de gente madura, consciente y responsable de sus actos. También barajamos la idea de que algo que empieza como un error se tenga la intención, como decía Shakira en su canción, de convertirlo en un acierto.

Para eso debes tener muy claro que la otra parte lo vale y que el error, acabe bien o acabe mal, será asumido por cada uno de los componentes, intentando minimizar los daños porque nadie, en su sano juicio, juega para perder.

Y es aquí cuando entra un aspecto que no se tuvo en cuenta en esta compleja ecuación. ¿Qué pasa cuando una de las partes decide no asumir el coste de su error y lo transfiere a la otra persona?. Lo que era un “pacto entre caballeros” se vuelve pura traición. Puedes asumir el peso de tus errores, esperas que su peso sea más llevadero cuando el mal es compartido, confías en no sentirte solo hasta saldar la deuda, pero jamás estás preparado para pagar tú solo la cuenta. No lo estás porque el importe a pagar se vuelve triple: el precio de tu error, el precio de su error y el precio del engaño y de un “¿por qué?” infinito.

Estoy calculando el precio de mis (mi) último error y su coste es inasumible. Ni en un millón de años hubiera pensado que, algo que creía que valía la pena, lo haya valido tan poco. Es imposible explicar, y llevo intentándolo muchos meses, todo lo que he perdido, estoy perdiendo y perderé. 

Entiendo perfectamente a la gente que “vive” con deudas. ¿Cómo desconectas de unos pensamientos que te invaden como las olas invaden las murallas de ese castillo de arena que todos hemos intentado construir en la orilla del mar? Es imposible parar ese maremoto de recuerdos que se infiltran en tu día a día, a cada momento y en cada lugar, y arrasan todo intento de olvidar lo que no debió suceder. Puedo asumir mis errores, pero no los engaños que me llevaron a ellos, no el haber sido el parachoques del coche de otro, no ser el borrador que se utiliza antes de pasar a limpio lo que será la gran historia de otra vida.

Escribo porque hoy volví a soñar con mi sueño y, estoy tan destrozado por dentro que, mientras sucedía, yo mismo le dije que no podía ser verdad, que era un sueño y que no quería despertar sabiendo que lo había sido. Cogió un color amarillento, su verde se difuminó y una expresión de “lo siento” me hizo huir de aquella cruel ilusión.

No puedo superarlo y no quiero seguir sintiéndome una mierda cada día de mi vida. Creo que mi problema es que nunca he sabido lo que deseaba y a su vez lo he deseado intensamente.

Aún ahora, sabiendo que si supiera la actual realidad me haría pedazos, deseo que los Orishas del santero inconsciente cumplan su predicción y pueda enfrentarme a un dilema que es mil veces mejor que mi actual existencia. 9 meses y ni siquiera así he dado a luz una nueva vida. Me arrepiento de aquella decisión, el precio no lo ha valido: esta vez si hubiera elegido lo mismo que Clementine, ethernal nightmare of the spotless mind.

martes, 13 de agosto de 2024

Capítulo 237: Una mirada a las estrellas

Hasta el año viene, viajeras infinitas. Quien sabe qué pasará el próximo año, quien sabe que será de nosotros, que será lo que el destino nos deparará. Hoy estás aquí y de repente mañana cambia todo, sin condescendencia ni ternura ni piedad. En la vida nada es permanente, lo que hoy tienes mañana puede que no esté, por eso vivir el presente es un ejercicio obligatorio, aferrarse a lo que tienes una simple banalidad. 

Lo único seguro es que el año que viene ellas seguirán brillando en el cielo, consumiéndose para nuestro gusto y deleite, y lo seguirán haciendo año tras año y durante millones de años más después de que hayamos desaparecido de la faz de la Tierra. Nosotros somos sus verdaderos astros fugaces que se convierten en polvo ante sus ojos, parpadeos insignificantes perdidos en una inescrutable oscuridad. Seres efímeros con historias intranscendentes y fútiles condenados a la indiferencia de un Universo que no nos devuelve la mirada.

Pero dentro de esa intranscendencia incontestable me queda el consuelo de que, aunque muy lejos y con todos los lazos rotos, y sabiendo que ya no compartimos los mismos abrazos, esta noche, al mirar al cielo, sí hayamos compartido las mismas estrellas en la más profunda y hermosa inmensidad.



lunes, 12 de agosto de 2024

Capítulo 236: Las Lágrimas de San Lorenzo

Perseidas o Lagrimas de San Lorenzo, un espectáculo natural para agarrarse a la mística y permitirse soñar. Nunca he sido devoto de las creencias populares y en estos últimos años no he necesitado encomendarme a ningún santo ni a ningún ritual mágico para mejorar mi vida. Tenía lo que quería y no necesitaba más ayuda que la me dieran mis ganas, mi fuerza de voluntad o mi esfuerzo, y si fracasaba volvía a empezar. 

Tener lo imprescindible te hace ser suficientemente fuerte para renunciar a lo superfluo; se puede vivir sin la gran mayoría de las cosas si tu alma y tu corazón tienen el motivo y la razón por la que seguir adelante. El resto de la historia ya es conocida.

Este año he visto las Lágrimas de San Lorenzo en el lugar donde debe ser: San Lorenzo (Sant Llorenç). Tumbado en el suelo en un campo en mitad de la nada he visto como pasaban ante mis ojos estrellas fugaces en distintas direcciones, con distinta intesidad y de distinta duración: libre albedrío cósmico.

En casos así uno no puede evitar abstraerse de su acérrimo ateísmo y, cuando ya está todo perdido, agarrarse a la idea del poder divino que tiene pedir un deseo al ver caer un simple trozo de roca que es desintegrado al entrar en contacto con la atmósfera terrestre. A cada una que cayó pedí uno. Todos improvisados, espontáneos, pero siempre con ese algo en la cabeza.

Estoy seguro que los desperdicié todos porque casi siempre pedí lo mismo, y a estas alturas tengo muy claro que poca cosa puede hacer ya por mí el Universo.

Creo que vi caer estrellas fugaces del cielo, aunque no sé si esas Lágrimas de San Lorenzo llegaron a ser reales o fueron simplemente mis propias lágrimas cayendo por la mejilla al recordar, como cada maldito día de mi vida, lo mucho que la echo de menos.

viernes, 2 de agosto de 2024

Capítulo 235: El final de la felicidad

Llevo tiempo intentando evitar escribir. Lo hago porque escribir supone enfrentarme directamente a mis pensamientos y son todos nubarrones negros. Overthinking, sobrepensar. Llevo un año en que he tenido mucho tiempo para hacerlo, todas mis actividades me dejan a solas con una mente que, huérfana de ocupaciones, piensa y piensa sobre una dolorosa realidad y la disecciona sin anestesia. 

Cuando soportaba estoicamente aquel cambio de paradigma con el que me di de bruces, pero donde insistían en que solo eran suposiciones mías, reflexionaba mucho. Nadar 45 minutos era topar con pensamientos nítidos y desbocados en un silencio aterrador que el agua magnificaba permitiendo que camparan a sus anchas sin poder evadirlos o ahogarlos en un mar de agotamiento físico y mental. Hacer ejercicio dos horas, sin nadie con quien poder banalizar sobre la vida, era volver al pozo de los recuerdos y al encaje de piezas que me resistía a creer. La lesión, las noches de dolor e imposibilidad de conciliar el sueño fueron como intentar huir de una maraña de punzantes zarzas en la oscuridad más absoluta.

Y luego, la dura realidad. Ocho meses de pensamientos estériles, encolerizados, llenos de desconsuelo e impotencia. Pensamientos constantes, repetitivos e interminables sobre algo que no tiene marcha atrás. Son ocho meses sin ver la luz al final del túnel, sin darme un respiro, sin una sola expectativa de esperanza o redención para poner fin a algo que me está destruyendo por dentro.

Si algo estoy aprendiendo, tarde y mal, es que estoy absolutamente solo. Nadie lo recuerda ni nadie lo padece, porque nadie quiere padecer más mal que el suyo propio. Como decía aquel genio, la vida sigue como siguen las cosas sin mucho sentido. En estos casos, como en la mayoría, no hay familia y no hay amigos. 

Soy un ser bastante reprimido e introspectivo y no me ha gustado nunca pedir ayuda, así que cuando lo he hecho he intentado que fuera de una forma sutil, sin avasallar o meter en un compromiso a la otra persona. Quizás, por ese motivo y porque realmente no tengo amigos, me he convertido en una bomba de relojería. No puedes obligar a nadie a que te pregunten cómo estás, no cuando el vínculo afectivo es apenas existente. En cierto modo también me lo he ganado a pulso porque cuando alguien ha ocupado el centro de mi vida ha sido todo para esa persona, sin excepciones. Es terrible no aprender, es peor saber que volvería a pasar.

El problema es que la perdida implica el final de la felicidad. Es curioso que las grandes reflexiones de la vida no las suelen provocar los gurús de la autoayuda, ni amigos sabios que hacen de tu causa la suya, ni siquiera un familiar que te quiere (o debería) quererte por quien eres y no por lo que eres. En este caso ha sido una simple y, mi entender, infravalorada serie, Rick y Morty.

Capítulo 10, temporada 7. Ciertas personas pensarán que simplemente son dibujos animados, desagradables y llenos de vulgaridad y argumentos inconexos, pero la falta de espíritu crítico hace que la mayoría de las personas se queden en la superficie y no vayan más allá de la apariencia . A veces es como una canción, como un libro, hasta que no vives una experiencia parecida no entiendes ni valoras lo que tienes frente de tus narices en su justa medida. 

El relaciones del pozo, un personaje random, me dejo descompuesto. Es un discurso simple, directo y racional, forjado de una realidad tan dura y axiomática que preferimos obviarla, como el peso de la gravedad sobre nuestras nalgas cuando nos sentamos o la inevitabilidad de la muerte. 

"-¿Y qué le da miedo, el amor?"

"-Eso nos da miedo a todos, tontolculo, ya lo verás con 20 años. Pero no es habitual que un ser tan poderoso se sienta aterrado por la felicidad."

"-¡Qué tonto!"

"-Tú eres tonto. Por eso no te da miedo a ser feliz. Cuanto más listo, más sabes. La felicidad es una trampa, porque no es para siempre. Pon que conoces al amor de tu vida. Bueno, va a terminar igual. Es inevitable, ya sea por una larga enfermedad o por un tropiezo sorpresa mientras haces senderismo. Ya sea por la corrosión de dos personalidades que se erosionan entre ellas hasta hacerse incompatibles, o por el clásico extraño en un bar que dice lo que quiere oír esa persona, esa noche. El caso es que la felicidad siempre termina." 

La felicidad siempre termina. La mía comenzó de un imposible. Durante mucho tiempo me agarré a ella bajo la filosofía budista de la taza rota (saber que para uno la taza ya está rota y por ello disfrutar plenamente del presente, aquí y ahora; y así, cuando ya no esté, tenerlo asumido), pero no siempre uno puede tener en mente lo excepcional del momento como para ser consciente de ello y vivirlo más, porque ser felices es un sentimiento que creemos que durará para siempre. Al final uno se acostumbra a ello, lo asume como algo cotidiano, perdurable. 

Yo finalmente creí que así sería, que mi taza no se iba a romper porque cuidábamos de ella. A veces la felicidad es un juego de mentiras, una droga que te abstrae de la realidad y te envilece. Te crees que no hay límites en tu ambición, que mereces una felicidad más y mejor, que puedes aspirar a algo superior, como los demás. Y eso le pasó. Por desgracia, a mí no, yo sí era feliz: sabía lo que quería y el valor de lo que tenía, más allá de lo físico y lo mundano.

Ahora no soy feliz, aunque a veces me preguntó por qué. Nunca he necesitado grandes cosas, no he envidiado de forma materialista a las personas, no he necesitado grandes lujos ni llamativas aventuras, lo único que he deseado con todo mi alma es sentirme pleno. Por un momento creía que lo había logrado. Mi todo que hacía que no deseara nada más, que me diera igual la felicidad del resto del mundo, pero la felicidad se acaba. Nunca sabré si fue realidad o pura mitificación de un pasado que siempre creemos que fue mejor.

Nadie está preparado para el final, para el día después. Unos reaccionan a los pocos días, otros a las pocas semanas, otros en unos cuantos meses, años, algunos nunca... 

"-Mi mayor miedo es renunciar a ti." 

"-Es un miedo bueno. Consérvalo." 


Sigo sin poder dormir la siesta, sigo sin poder dejar de pensar 20 veces al día, sigo siendo una sombra de lo que fui. Estoy viendo las Olimpiadas y lloro cada vez que alguien se alegra por conseguir una medalla, una victoria, la recompensa a un gran esfuerzo. Empatizo con sus victorias, las añoro, las deseo, las envidio. Lograr todo aquello que tanto tiempo has deseado, qué sensación más increíble debe ser. 

Debo dejarla marchar, debo aprender a ser feliz de otra manera, pero cómo renunciar a la mejor parte de mi vida. Estoy solo, ya nadie pregunta, ya nadie recuerda, igual es el momento de pensar que debo hacer lo que más me ayude por muy injusto y terrible que resulte, porque si no les importas para lo bueno, tampoco te recordarán por lo malo, y si lo hacen, qué más da, no van a estar de todas formas. 

Tengo que dar el paso, la vida es escapa y nadie te juzgará por haber intentado ser feliz, porque en la felicidad, como la suerte, cuando gana uno pierde otro y yo no quiero estar más veces en el lado trágico de este juego.