viernes, 7 de octubre de 2016

Capítulo 152: Qué febril la mirada (11 años no es nada)

Todo depende del color con el cristal con que se mira. Eso dicen. ¿Cuántas cosas se pueden ver tras once años mirando a través del mismo cristal? Una inmesidad de pocas cosas.

Todo empezó con Cristina, alguien en quién me fijé lo suficiente como para copiar su forma de ver la vida, que no en su manera. Al aire, discreta, solemne, ese fue el atractivo que me invitó a decorar mi mirada y lo que en un futuro proyectaría a la gente al mirarme a los ojos.

He oído de todo, pero lo que más unanimidad ha causado ha sido: "Tienes pinta de intelectual". Eso y "Te pega, te hace cara de niño bueno". Al parecer, lo de depender del color del cristal con que se mira también es de vuelta, porque ellos han visto mis ojos a través de un cristal con filtro del todo opaco.

Llevé 11 largos años esas gafas. Han resistido viento y mareas, mi descuidada forma de tratar las cosas, enfados y olvidos, todo tipo de tejidos contra los cuales he torturado los sucios vidrio en un intento de que mi mirada no fuera más turbia de lo normal. Pero sobrevivieron, porque no hay en la vida cosa más importante que ser de ideas fijas y aferrarte a lo que te gusta.

Esas gafas han visto muchas cosas, tantas que ahora miro atrás y veo todo como veo las cosas sin ellas, cuanto más lejos más borroso. Pero mis gafas han sido la lente que ha fotografiado toda una vida y han permido que hoy tenga recuerdos imborrables en la tarjeta de mi memoria.

Cristina puso los ojos en otras cosas, yo seguí miope perdido. Viví un nuevo despertar que fue dejandome luces y sombras hasta acabar enturbienado del todo mi mirada para finalmente no ver nada. Abrí los ojos a tiempo para darme cuenta que llegaba un tunel que me mostró lado más oscuro de la vida y el lado más valiente de las personas. Durante ese periodo fuí yo quien no quiso ver las cosas, porque la cobardía está en ojos, y para cuando decidí abrirlos ya solo se vieron lágrimas.

Estas gafas han visto lo mejor y lo peor de este mundo, en ese orden, y doy gracias de todo lo que con ellas he visto pero a su vez, maldigo mil veces lo que con ellas no volveré a ver y lo que las nuevas nunca verán.

Mirar atrás es duro y de cegatos, así como engañoso y traicionero. No se puede mirar atrás porque lo que se ve no es verdad y te distrae de lo que viene por delante, pero no puedo dejar de pensar que los mejores 11 años de miradas quedan cerrados con el cambio, y que a pesar de que no varió mi graduación ni mi forma de ver las cosas, se me hace cuesta arriba pensar que ahora soy otra persona, que "ve" las cosas diferentes (asumiendo la contradicción), pero que no es capaz de vislumbrar el futuro con el optimismo que hace una década tenía aquel muchacho que irradiaba luz por los ojos.

Guardaré mi viejas gafas, personales y funcionales, para cuando tenga ganas de mirar de la forma ella que me veía, y daré una oportunidad a las nuevas de quitarme la razón, que no puedan acusarme de ser un corto de miras y asumir una nueva etapa donde ver mejor a mi gente, más nítida, más grande y más sonriente.

En el fondo, de cerca veo perfectamente, así que cuanto más cerca esté de esas personas y ellas de mí, solo necesitaré mirarlas a través de mis ojos, que en su marrón profundo, son el único cristal de color con el que deseo verlas.


Frase del día: "Te quedan muy bien" (Chica anónima de la óptica que ha sido a la primera persona que he mirado con ellas)
- Siempre es agradable que lo primero que vea una persona con sus nuevos ojos sea un gratificante y espontanea sonrisa.