lunes, 23 de septiembre de 2013

Capítulo 138: Que no hay nada más..

Mientras nuestros lazos se quieran soltar. Que no hay nada más.

Siempre se ha dicho que el desamor es el peor mal para el alma. Un corazón roto no late, solo bombea. Siempre se ha asegurado que no hay cosa peor que querer y no ser querido, que aquella persona que conociste un día, de la que te enamoraste, o sentiste un cariño infinito parecido al amor y que te correspondía, de un día para el otro (o no, la ceguera amorosa conlleva altas dosis de morfina para no pensar) deja de quererte y planta en mitad de tu pecho un agujero negro que absorve todo rastro de vida, luz y calor.

Entonces te quedas flotando en la nada. Muerto en vida. Aquel/aquella desconocida, que un día irrumpió en tu vida como el color rojo en un mundo azul, vuelve a convertirse en una extraña sin darte tiempo a acostumbrar a tus ojos a la miseria de una existencia monocromática justo después de haber conocido un nuevo color. Dicen que eso crea cicatrices, feas heridas que lastrarán tu vida en más de un sentido. Nunca somos los mismos tras el paso de torbellinos sentimentales. Resisten los tabiques pero dañan seriamente la estructura del edificio. Reconstruirás desde las ruinas, estabilizarás tu base, sustituirás lo perdido, reforzarás y duplicarás el grosor de los muros, incluso cambiarás la cerradura de la entrada a tu hogar, estableciendo nuevos controles de acceso a la atalaya de tu confianza, pero ya no será una casa, será un fortín. Intentarás evitar, por todos los medios, que otro desconocido/a entre en tu mundo y robe, sacuda, y vuelva boca abajo el sentido de tu vida.

Pero este no es el dolor mayor que una persona pueda sentir. Hay ocasiones en que el querer no es algo aleatorio, caprichoso y fuente del libre albedrío. Hay un origen del querer que es innato, que te viene dado desde dentro, porque eres carne de su carne. Podría denominarse como amor primigenio, amor de realidad absoluta, dogmático, un querer que te viene dado desde el momento en que nuestra consciencia diferencia entre propio y ajeno. Y ese es el amor del que no se duda, porque sería como dudar del sentido de nuestra existencia, como dudar de nuestro reflejo en el espejo, "dubtar de tot un plegat".

Y cuando descubres que ese amor incondicional, irrenunciable, indubitable se hace grietas y estalla, entonces tu mundo gira como una brújula en el Polo Norte geográfico. No sientes el vacio en el estómago porque no es fuente del enamoramiento, no piensas en el "por qué" porque no es un desamor por celos, engaños o terceras personas, no lloras desconsoladamente por no volver a verlo/a otra vez porque no se va, simplemente ves que ha dejado de quererte.

Es chocante porque no lo crees real, porque no entiendes por qué es así. Solo ves tratos, formas de obviarte, desquites, algunos desprecios. Luego eso aumenta, en forma de desplantes, de cosas que no harías tú jamás porque es tu ser querido, de actitudes poco condescendientes y de vacios existenciales. Y cuando ya es demasiado tarde te das cuenta que ya no solo no te quiere, sino que empiezas a ser un enemigo. Para ese momento ya no hay vuelta atrás.

Solo puedes tomar dos caminos. Una es hacer de tu piel coraza, blindar tus sentimientos y volverte impermeable para que nada pueda calar lo suficiente para que el rencor sea mútuo. Pero el ser estanco también paga un precio. La impermeabilidad que evita que nada entre también provoca que nada salga, y toda la frustación, lágrimas y gritos interiores permanecen en la prisión de sentimientos que has creado. La otra solución es huir, bien lejos. Si se puede. Pensar que la vida es así, que la genética no nos hace iguales, solo es el mismo material pero trabajado y moldeado por diferentes manos. Huir y pensar que de su capa hago yo un sayo, aprender la lección y pensar que tú, en la próxima generación, no permitirás que esto ocurra.

La vida es una maratón que empiezas con pies suaves y tersos y acabas con pies curtidos, con duricias, callos y algun que otro recuerdo de avatares camino. Pero ahí está el quid de la cuestión: la desaparición de nuestra inocencia virginal, de nuestra ternura y espectativas de un camino entre algodones es lo que permite que terminemos nuestra travesía. Unos pies experimentados te permiten subir con fuerza y seguridad los repechos y bajar con tiento y cuidado los barrancos, unos pies endurecidos te permiten no sentir tanto las piedras del camino y los kilómetros a las espaldas nos permiten aprender a soportar el sufrimiento de los tramos duros y a disfrutar del viento en la espalda en los tramos plácidos. La experiencia es cara, pero es el oxígeno que hace arder nuestro fuego. Nunca hay que olvidar que cada lección de la vida es una oportunidad de ser mejores en el futuro, por muchos llantos, noches en vela y post como este tengan que escribir. A todo uno se acostumbra.


Frase del día: "Jamás critiques a nadie sin haber vivido un día llevando sus zapatos" (Lo oí una vez por ahí)
-Que no hay nada más...