lunes, 4 de julio de 2011

Capítulo 60: Hacer deporte perjudica seriamente la salud

Hace relativamente poco que he decidido hacer ejercicio. Estoy apuntado en un pequeño gimnasio municipal muy cerca de mi casa, al que acudo cuando la pereza y la desidia son extorsionadas cruelmente por mi incompetente fuerza de voluntad. No tiene nada de glamour, no te dan bolsas con su nombre ni tienen dispensador de manzanas a la salida. Pero tiene su encanto.

Su encanto y su fauna propia. Más de una vez ya he comentado que más que un gimnasio parece un after hours con innovadores horarios, al cuál acuden seres que harían sentirse extraños hasta a los propios parroquianos de la cantina de Mos Eisley en Star Wars. Una música que haría poner los pelos de punta a Paco Pil, batidos y bebidas de sospechosos colores sobre las máquinas como sí de la barra de bar se tratara, grandes vidrieras y espejos relucientes por todos lados. Como para no tener su propio biotopo.

Y dentro de este entorno hay pequeña comunidad totalmente establecida, con sus roles y estereotipos, que hace que mi estancia en esa sala de torturas sea más entretenida. He observado a todos estos tíos cachas, con camisetas no ya sin mangas, sino sin laterales ni tirantes ni casi tela, luciendo tatuajes de tribus y culturas que no sabrían situar en un mapa, intentando ligar con la típica madurita que quiere seguir recibiendo piropos de sus gluteos, que años atrás partían nueces y corazones pero que a día de hoy están una planta más abajo y con una consistencia cercana a las natillas. Luego están los abuelos, que se buscan entre ellos para tener la fuerza de la manada y de paso ocupan todas las máquinas como quien ocupa un banco del parque, anulando la posibilidad de poder hacer ese ejercicio en lo que resta de día. También están los tirillas, que suelen ir en grupos de 2 a 3, y que tiene mucha fe en su proyecto "Músculos para mis canijos brazos", pero que no dudan en, tras levantar 10 veces una triste pesa, fardar de bola cacho guapa ante los amigotes. Y finalmente la relaciones públicas del lugar.

Esta es la persona que me ha inspirado el post de hoy. En el caso de mi gimnasio, este perfíl lo cubre una chica de unos treinta y algo de años de edad, tal vez más. Es una chica con la cara muy redonda, pelo corto que roza ligeramente los hombros, y un rasgo muy característico: los ojos pequeños y ligeramente cercanos entre sí. Realmente no sabría decir si es guapa o fea, pero cuando llega se hace notar. Siempre va embutida en sus mallas negras largas y con una camiseta del mismo color también de licra. Su habitat siempre es el mismo, bicicleta estática, máquina de los palos, y la máquina que simula subir escaleras. Y no sale de su triángulo de las Bermudas ni que la maten.

Habla con todo el mundo, conoce por el nombre a cada persona, y sabe qué preguntarles. Además, no suele hablar en voz baja, le da igual que le oigan en la otra punta. Su tono es alegre, de los que parecen decir "me da igual lo que penséis, me interesa mucho lo que pregunto y espero respuesta con la misma efusividad". Otra curiosidad que la envuelve es su facilidad para tirarse 3 horas dándole que te pego a su triunvirato maquinero. Contando que yo a los 20 minutos estoy pidiendo ya la bombona de oxígeno, lo de esta mujer es "digno de admirá". De todas formas, para las horas que se tira, el ejercicio le cude poco y su contorno oscila de forma bastante marcada en función de la regularidad de su asistencia. Yo, con la mitad de su rutina, tendría unas piernas que parecerían el mapa en relieve de la cordillera del Himalaya, con sus picos y montañas en forma de músculos a lo 3D.

Y suda, suda muchísimo, tanto como para tener que traer día sí día no un par de bambas distinto. Realmente, toda ella en sí, me tiene bastante desconcertado.

Pues hoy he decidido que a mis piernas, si no un Everest, les faltaba algún que otro puerto de montaña de tercera categoría, con lo que me he puesto a pedalear en la bicicleta estática. Y allí, delante mío, estaba ella. Toda de negro, en su mundo. Le he notado algo más maja. Estaba también más seria, y, tras casi una semana sin verla, bastante más delgada. He pedaleado como un cafre y, cuando llevaba mucho más de lo que tenía pensado, he notado un mareo. He girado la cabeza para intentar centrarme, y de repente la he visto caminando tras de mí. Me he girado rápidamente de nuevo, y tras recuperarme de mi pájara, la he visto de nuevo en los palos. Es la primera vez que tenía visiones y me acojonado. He vuelto a mirar a mi espalda, por si acaso pero nada, los mismos abuelos eternizándose en sus cómodos asientos.

Y cuando pensaba que estaba perdiendo el norte y parte de sur, veo al reflejo de la chica hablando consigo misma. Dos mujeres exactamente iguales, una frente a la otra. Incluso la palabra "igual" se queda corta para definir el grado de semejanza que había entre la dos. Gemelas. Dos gemelas, venga ya, ¡no me jodas!

Me he descojonado solo en la bicicleta, como un loco. Contornos variables, bambas de quita y pon, esa capacidad de conocer a todo el mundo, 3 horas de ejercicio sin parar ni cansarse. Vamos, que casi tres meses de gimnasio y yo, el Sherlock Holmes de lo cotidiano, sin darme cuenta. ¡Yo! que no tengo otra cosa que hacer que observar la sala, ver las teles, decidir que ejercicio vuelvo a saltarme hoy y perpetuar rondas de pesas en el asiento al estilo "abuelitis abuelae". Definitivamente, me hago muy mayor.

Siguen sin conocerme y sigo sin conocerlas, pero ahora creo que ya saben quien soy, "el lechón de risa nerviosa que susurraba a las mancuernas".


Frase del día: "Operation Jeffren ON".(A de Albertetta)
-Quien a hielo-y-ron mata, a hielo-y-ron muere.

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