miércoles, 23 de marzo de 2011

Capítulo 53: Una cuestión de sangre

No me sentí nada en el momento en que se clavó en mi pie. Ni siquiera sentí dolor cuando los cristales rasgaron con saña el reverso de mi muñeca. Que curiosa sensación el estado de shock, haciéndonos insensibles al daño repentino e inesperado. Saqué la varilla que acababa de atravesar mi carne y me quedé mirando mi calcetín impoluto, en el que tan solo podía verse un pequeño agujero.

No fue hasta que note el calor de mi sangre corriendo por el brazo cuando reaccioné. Me sorprendí a mi mismo mirando ensimismado como brotaba brillante e intensa de mis heridas y no supe determinar si aquello estaba siendo una rendición absoluta ante lo ocurrido o simplemente el despertar de mi lado más oscuro y morboso. Y es que a pesar de mi propia idiosincrasia, de persona benefactora, sensata y calmada ante la vida, puedo tener un lado oscuro.

Puedo tener un lado oscuro si así deseáis. Puedo desarrollar mi potencial tormentoso e iracundo, si es dolor lo que queréis ver en un hombre, ese dolor que puedo transmitir. Puedo tener ese lado oscuro también.

Esa faceta tenebrosa, ese lado desconocido, es lo que me llevó a ir al cuarto de baño sangrando pero con sangre fría metafórica, en claro contraste con la cálida que manaba de mí. Intenté valorar que parte requería la primera cura y situé mi mano bajo el grifo. El agua a presión corrió sobre ella enrojeció toda la pica, a la vez que comprobaba la profundidad de los cortes y los cubría uno a uno. Mientras, en el reflejo del espejo, veía la siniestra sonrisa de complacencia que se dibujaba en mi rostro. Puedo tener un lado oscuro. Para cuando hube acabado con mi muñeca, el suelo del cuarto de baño ya estaba cubierto completamente por pequeños charcos de sangre. Traté de no pisarlos para no romper el fascinante dibujo de figuras que había formado la sangre al brotar de mí y me dirigí a la bañera. Allí lavé mi pie, y tras cortar la hemorragia, lo vendé con fuerza.

No sentí dolor, apenas un pequeño mareo, del que me recuperé casi al instante. Salí del cuarto de baño y contemplé el espectáculo. El rojo centelleante e hipnótico de la sangre destacaba sobremanera en contraste con el azul turquesa, frío y ténue, de las baldosas del suelo. Cojeando y esquivando las manchas y cristales rotos del pasillo, fuí a por mi cámara. Fotografié todas y cada una de las gotas de sangre con una innusual dextereza y no fue hasta que, tras visualizar y comprobar la calidad de todas las imágenes tomadas, no empecé a pensar en como eliminar cualquier rastro de lo ocurrido.

Limitado pero con una energía desbordante, me aseguré de no dejar ni el más mínimo resquicio del accidente. Limpie con detalle cada gota, cada marca, me deshice de las vendas usada, borré todas las huellas de mi paso por el cuarto de baño y volteé la alfombra que había manchado inconscientemente.

Seguí el código. Nunca se es demasiado pulcro ni demasiado detallista cuando hay que pasar desapercibido: agua con lejía, aspirador, desinfectante, ambientador... Me puse un calcetín grueso para esconder la venda del pie, limité el esparadrapo de la cura de la mano a media muñeca y la escondí tras una manga larga. Eché la culpa de mi cojera a unas supuestas agujetas del gimnasio de la mañana e hice vida normal esa noche.

Puedo sentir un lado oscuro que desconozco en mí. Mi miedo irracional a la sangre pasó a ser pura anécdota en ese momento. Aprecié y disfrute de la visión de cada una de mis heridas y yo mismo me encargué de cortar la piel desgarrada y abrir mis cortes para desinfectarlos.

Igual no soy como pensaba, igual soy frío y controlador con el dolor, con mi propio dolor, el dolor que puedo sentir, con el dolor que puedo infligir. Me gusta mi lado oscuro, quiero descubrirlo, quiero diseccionarlo, adentrarme en él. De todas formas, como díria el un buen amigo, de alguna manera es tranquilizante saber que no soy el único en fingir ser normal. No estoy seguro de llevar conmigo a un oscuro pasajero, pero puestos a hacer el viaje de la vida, siempre es mejor saber si se hace acompañado, ¿no?

Tranquilos, de ser así, nunca lo sabréis...


Frase del día: "Sangre. A veces me hace crujir los dientes. Otras me ayuda a controlar el caos" (The Bay Harbour Butcher)
-Not so far...

3 comentarios:

  1. Arg. Tío. Arg.

    Porcier, ¿dónde enterraste el cadáver? :P

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  2. igual es un principio de "serial killer"...miratelo!:-)

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  3. donde guardaste el cuchillo .... q drama,no fuiste a urgencias?

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