viernes, 23 de abril de 2010

Capítulo 22: La leyenda de Sant Jordi (Drac's Version)

Érase que se era, que se yo de la quesera…nada, así no puedo empezar, que me lío. Esta es la historia de una leyenda que cada año, en este día, se cuenta en Cataluña sobre la hazaña de Sant Jordi contra el dragón. Bueno, tal vez esta sea la historia de la verdadera historia. Narra la leyenda que hace mucho tiempo vivía un dragón terrible que aterrorizaba a toda una población con su terrible crueldad y su devastador aliento que…

¡Stop, stop stop, déjame a mi!

Hace mucho tiempo vivía yo, un plácido reptil, verde y poco evolucionado desde la época de los dinosaurios. No era ni terrorífico ni devastador, apenas un simple lagarto poco más grande que el mayor de los cocodrilos, primo lejano del dragón de Komodo. Ninguna culpa tenía yo de tener mal aliento, sino que levante la pata la primera mascota que pueda decir que al abrir la boca no deja tieso todo lo que tenga delante, sin temor sus amos se dediquen a perseguirlos como bestias proscritas.

Sí, era un ser de sangre fría, pero es cosa de la naturaleza que no fuera co
mo los seres homotérmicos y tuviera que depender del ambiente exterior para regular la temperatura de mi cuerpo. Vivía tranquilamente en una cueva ya que era el mejor sitio para pasar desapercibido de toda esa humanidad que está obsesionada con aquellos seres que al sonreír, muestran una sonrisa con demasiados dientes puntiagudos. No os creáis que tenía mi morada cerca del pueblo, para nada, ¿veis aquella alberca? Pues 3 cordilleras más allá.

Se puede
decir que tenía una vida plácida y no molestaba a nadie. Pero cierto día, en una de mis salidas en busca de algo de comida para llevarme a la boca,( ¿o os vais a creer que por mucho que fuera un dragón inofensivo me alimentaba de musgo y setas del bosque?) me encontré con un pastor en busca de pasto para su ganado. Asustado y fuera de sí empezó a ofrecerme ovejas y más ovejas para que no me lo comiera a él. Tras la primera pensé que tampoco era cuestión de abusar y le rugí en agradecimiento por su generoso regalo. Por algún extraño motivo, ese pequeño ser dedujo que no quería ovejas sino jovenes virgenes, o no calmaría jamás mi ira eterna.

La cuestión es que desde entonces, regularmente, acudían al campo donde cazaba yo pequeños animales para comer, y me ofrecían doncellas para que las devorara a cambio de piedad. Hay dos grandes mitos al respecto en este tema: el primero, un ser que tiene unos rasgos alargados, dientes elaborados por la evolución por para poder desgarrar y masticar, y un morro fino y de color verde, con unas cejas arqueadas hacia abajo, no quiere decir que esté siempre de mala leche. Cuesta mucho poner cara de agradecido o transmitir cosas amables cuando tus rasgos son así. Segundo: la ofrenda de una joven virgen, ataviada con poca ropa, de textura vaporosa y rota por sitios estratégicos, no implica que sea un regalo de los dioses. Primero preguntémonos por qué, a su edad, sigue virgen. Segundo, quién les ha dicho a los humanos que las virgenes tienen mejor sabor.

La cuestión es que todos me animaban a que me la comiera. Vamos, todos menos ella. Al final a uno no le quedaba más remedio que pegarle un bocado a la moza y rezar para que la muchedumbre se marchara satisfecha a sus casas y me dejaran en paz otro largo periodo de tiempo. Esta tradición se repitió durante mucho tiempo, demasiado incluso. Lo que nadie sabe es que me las comía y las devolvía semi intactas una vez llegaba a mi cueva. Si es complicado alimentarse a sí mismo, tener que alimentar a una camada de virgenes regurgitadas y sorprendidas, era una auténtica odisea.

Pero cierto día, me ofrecieron a la hija del rey. Y la cosa se complicó. Parece ser que una princesa si que da pena y merece una movilización social a escala mundial. Os puedo asegurar que una virgen real, con la de sirvientes, mozos de cuadra, caballeros de la corte y jovenes escuderos que tiene a su disposición, si sigue virgen, es que es tan fea no se comería ni la tierra. La cuestión es que la princesa no acudió sola. Para evitar que me la “comiera” vino, con ella de serie, un apuesto caballero de reluciente armadura y montado en un corcel blanco. No creo que haga falta decir que lo todo el mundo entendía por un “gentil héroe en aras de salvar a la princesa y librarla de las garras de un terrible dragón” yo lo entiendo por “furtivo oportunista con la única intención de buscarse un puesto fijo en la primera corte real que se le pusiera a tiro”.

La lucha fue muy desigual. Me enfrentaba a una princesa vociferando frases de apoyo y suplica incoherentes, tal y como lo haría una mala actriz de barrio vendiendo calcetines, y a su vez un caballero que me amenazaba, a una distancia más que prudencial, con su lanza al tiempo que espoleaba su caballo mientras pensaba si era mejor matarme antes o después de que me comiera a la princesa.
Yo nunca he sabido luchar, jamás lo he necesitado. Soy un ser pacífico y todos los problemas los he solucionado con una huida a tiempo. Pero no me quedó otra.

Tras dos o tres embestidas, y completamente aturdido por los gritos fingidos de terror, el caballero me clavó su lanza en el corazón. En realidad la ató a su caballo y lo lanzó contra mí mientras corría en círculos como una gallina sin cabeza, pánico del terror.
El resto ya lo sabéis. Dicen que de mi sangre nació un rosal y el caballero le regaló la flor más bella a la princesa. Se casaron y vivieron felices y comieron perdices o lo que fuera el sushi de la época.

Ahora os contaré lo que no sabe nadie. Yo subí al cielo de los dragones y el caballero bajó al infierno del matrimonio. En realidad no salió ningún rosal de mi sangre, simplemente se instauró una tradición: cada 23 de abril era el caballero, y ahora sus descendientes, los que depositan una corona de rosa rojas en el lugar donde caí ensartado como homenaje a mi muerte y al terrible error que cometió su ancestro al emparentarse con un linaje que, ni siquiera un dragón “terrible”, tuvo el valor de devorar.

El que se regale un libro en esta fecha es el afán de todos ellos para que nadie olvide la historia de Jordi, un caballero que se hizo Santo a base de 25 años de vida marital con el peor de los seres existentes en la mitología occidental: una princesa pijotera, engreída y consentida.

¡Feliz Sant Jordi!



Frase del día:"Fuego y Sangre" (Lema de los Targaryen -Canción de Hielo y Fuego) - Un día será la princesa la que dirija su ira del dragón contra el principe...

3 comentarios:

  1. Woooow!
    Qué interesante historia, me gustó mucho, sobre todo porque yo soy de México y siempre es bueno conocer algo de otras culturas...

    Un abrazo!

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  2. Jaajajajaa, ay, no se si me ha hecho más gracia tu texto, tote, o el comentario (sin ofender a la comentarista, ojo)... ahí, confundiendo al personal, siejqueee! :P

    Muássssss!

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  3. Creo que me gusta más tu versión, que la "collonada" tradicional, deberías patentar este modelo de Sant Jordi, !sí Señor!

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